La última lectura del semestre, aprovechenla...
Umberto Eco
Para una guerrilla semiológica
No hace mucho tiempo que para adueñarse del poder político en un país era suficiente controlar el ejército y la policía. Hoy, sólo en los países subdesarrollados los generales fascistas recurren
todavía a los carros blindados para dar un golpe de estado. Basta que un país haya alcanzado un alto nivel de industrialización para que cambie por completo el panorama: el día siguiente a la caída de Kruschev fueron sustituidos los directores de Izvestia, de Pravda y de las cadenas de radio y televisión; ningún movimiento en el ejército.
Hoy, un país pertenece a quien controla los medios de comunicación. Si la lección de la historia no parece lo bastante convincente, podemos recurrir a la ayuda de la ficción que, como enseñaba Aristóteles, es mucho más verosímil que la realidad. Consideremos tres películas norteamericanas de los últimos años: Seven Days in May (Siete días de mayo), Dr. Strangelove (Teléfono rojo, volamos hacia Moscú) y Fail Safe (Punto límite). Las tres trataban de la
posibilidad de un golpe militar contra el gobierno de Estados Unidos, y, en las tres, los militares no intentaban controlar el país mediante la violencia de las armas, sino a través del control del
telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión.
No estoy diciendo nada nuevo: no sólo los estudiosos de la comunicación, sino también el gran
público, advierten ahora que estamos viviendo en la era de la comunicación. Como ha sugerido el
profesor McLuhan, la información ha dejado de ser un instrumento para producir bienes
económicos, para convertirse en el principal de los bienes. La comunicación se ha transformado en industria pesada. Cuando el poder económico pasa de quienes poseen los medios de producción a quienes tienen los medios de información, que pueden determinar el control de los medios de producción, hasta el problema de la alienación cambia de significado. Frente al espectro de una red de comunicación que se extiende y abarca el universo entero, cada ciudadano de este mundo se convierte en miembro de un nuevo proletariado. Aunque a este proletariado ningún manifiesto revolucionario podría decirle: «¡Proletarios del mundo, uníos!» Puesto que aún cuando los medios de comunicación, en cuanto medios de producción, cambiaran de dueño, la situación de sujeción no variaría. Al limite, es lícito pensar que los medios de comunicación serían medios alienantes aunque pertenecieran a la comunidad.
Lo que hace temible al periódico no es (por lo menos, no es sólo) la fuerza económica y política que lo dirige. El periódico como medio de condicionamiento de la opinión queda ya definido cuando aparecen las primeras gacetas. Cuando alguien tiene que redactar cada día tantas noticias como permita el espacio disponible, de manera que sean accesibles a una audiencia de gustos, clase social y educación diferentes y en todo el territorio nacional, la libertad del que escribe ha terminado: los contenidos del mensaje no dependerán del autor, sino de las determinaciones técnicas y sociológicas del medio.
Todo esto había sido advertido hace tiempo por los críticos más severos de la cultura de masas, que afirmaban: « Los medios de comunicación de masas no son portadores de ideología: son en sí
mismos una ideología.» Esta posición, que he definido en uno de mis libros como «apocalíptica»,
sobreentiende este otro argumento: No importa lo que se diga a través de los canales de
comunicación de masas; desde el momento en que el receptor está cercado por una serie de
comunicaciones que le llegan simultáneamente desde varios canales, de una manera determinada, la naturaleza de esta información tiene poquísima importancia. Lo que cuenta es el bombardeo gradual y uniforme de la información, en la que los diversos contenidos se nivelan y pierden sus diferencias.
Recordaréis que ésta es también la conocida posición de Marshall McLuhan en Understanding
Media. Salvo que, para los llamados «apocalípticos», esta convicción se traducía en una
consecuencia trágica: el destinatario del mensaje de los mass-media, desvinculado de los contenidos de la comunicación, recibe sólo una lección ideológica global, un llamado a la pasividad narcótica.
Cuando triunfan los medios de masas, el hombre muere.
Por el contrario, Marshall McLuhan, partiendo de las mismas premisas, llega a la conclusión de
que, cuando triunfan los medios de masas muere el hombre gutenbergiano y nace un hombre
diferente, habituado a «sentir» el mundo de otra manera. No sabemos si este hombre será mejor o peor, pero sabemos que se trata de un hombre nuevo. Allí donde los apocalípticos veían el fin de la historia, McLuhan observa el comienzo de una nueva fase histórica. Pero es lo mismo que sucede cuando un virtuoso vegetariano discute con un consumidor de LSD: el primero ve en la droga el fin de la razón, el otro el inicio de una nueva sensibilidad. Ambos están de acuerdo en lo que concierne a la composición química de los psicodélicos.
En cambio la cuestión que deben plantearse los estudiosos de la comunicación es ésta: ¿Es idéntica la composición química de todo acto comunicativo?
Naturalmente, están los educadores que manifiestan un optimismo más simple, de tipo iluminista: tienen una fe ciega en el poder del contenido del mensaje. Confían en poder operar una transformación de las conciencias transformando las transmisiones televisivas, la cuota de verdad en el anuncio publicitario, la exactitud de la noticia en la columna periodística.
A éstos, o a quienes sostienen que the medium is the message, quisiera recordarles una imagen que hemos visto en tantos cartoons y en tantos comic strips, una imagen un poco obsoleta, vagamente racista, pero que sirve de maravilla para ejemplificar esta situación. Se trata de la imagen del jefe caníbal que se ha colgado del cuello, como pendiente, un reloj despertador.
No creo que todavía existan jefes caníbales que vayan ataviados de tal modo, pero cada uno de
nosotros puede trasladar este modelo a otras varias experiencias de la propia vida cotidiana. El
mundo de las comunicaciones está lleno de caníbales que transforman un instrumento para medir el tiempo en una joya «op».
Si esto sucede, entonces no es cierto que the medium is the message: puede ser que la invención del reloj, al habituarnos a pensar el tiempo en forma de un espacio dividido en partes uniformes, haya cambiado para algunos hombres el modo de percibir, pero existe indudablemente alguien para quien el «mensaje-reloj» significa otra cosa.
Pero si esto es así, tampoco es cierto que la acción sobre la forma y sobre el contenido del mensaje pueda modificar a quien lo recibe; desde el momento en que quien recibe el mensaje parece tener una libertad residual: la de leerlo de modo diferente.
He dicho «diferente» y no «equivocado». Un breve examen de la mecánica misma de la
comunicación nos puede decir algo más preciso sobre este argumento.
La cadena comunicativa presupone una fuente que, mediante un transmisor, emite una señal a través de un canal. Al extremo del canal, la señal se transforma en mensaje para uso del destinatario a través de un receptor. Esta cadena de comunicación normal prevé naturalmente la presencia de un ruido a lo largo del canal, de modo que el mensaje requiere una redundancia para que la información se transmita en forma clara. Pero el otro elemento fundamental de esta cadena es la existencia de un código, común a la fuente y al destinatario. Un código es un sistema de probabilidad prefijado y sólo en base al código podemos determinar si los elementos del mensaje son intencionales (establecidos por la fuente) o consecuencia del ruido. Me parece muy importante distinguir perfectamente los diversos puntos de esta cadena, porque cuando se omiten se producen equívocos que impiden considerar el fenómeno con atención. Por ejemplo, buena parte de las tesis de Marshall McLuhan acerca de la naturaleza de los media derivan del hecho de que él llama «media», en general, a fenómenos que son reducibles a veces al canal, a veces al código y a veces a la forma del mensaje.
El alfabeto reduce, según criterios de economía, las posibilidades de los órganos fonadores y de este modo provee de un código para comunicar la experiencia; la calle me provee de un canal a lo largo del cual puedo hacer viajar cualquier comunicación. Decir que el alfabeto y la calle son «media», significa no considerar la diferencia entre un código y un canal.
Decir que la geometría euclidiana y un traje son "media", significa no diferenciar un código (los
elementos de Euclides son un modo de formalizar la experiencia y de hacerla comunicable) de un
mensaje (un traje determinado, en base a códigos indumentarios -de convenciones aceptadas por la sociedad-, comunica una actitud mía respecto a mis semejantes). Decir que la luz es un media
significa no advertir que existen, por lo menos, tres acepciones de «luz». La luz puede ser una señal de información (utilizo la electricidad para transmitir impulsos que, según el código morse,
significan mensajes particulares); la luz puede ser un mensaje (si mi amante pone una luz en la
ventana, significa que su marido está ausente); y la luz puede ser un canal (si tengo la luz encendida en la habitación, puedo leer el mensaje-libro). En cada uno de estos casos el impacto de un fenómeno sobre el cuerpo social varía según el papel que juega en la cadena comunicativa.
Siguiendo con el ejemplo de la luz, en cada uno de estos tres casos el significado del mensaje
cambia según el código elegido para interpretarlo. El hecho de que la luz, cuando utilizo el código
morse para transmitir señales luminosas, sea una señal -y que esta señal sea luz y nada más- tiene en el destinatario un impacto mucho menos importante que el hecho de que el destinatario conozca el código morse.
Si, por ejemplo, en el segundo de los casos citados, mi amante usa la luz como señal
para transmitirme en morse el mensaje «mi marido está en casa» pero yo sigo refiriéndome al
código establecido precedentemente, por el que «luz encendida» significa «marido ausente», lo que determina mi comportamiento (con todas las desagradables consecuencias que supone) no es la forma del mensaje ni su contenido según la fuente emisora, sino el código que yo uso. Es la
utilización del código lo que confiere a la señal-luz un determinado contenido. El paso de la Galaxia Gutenberg al Nuevo Pueblo de la Comunicación Total no impedirá que se desencadene entre yo, mi amante y su marido el eterno drama de la traición y de los celos.
En este sentido, la cadena comunicativa descrita antes deberá transformarse de esta manera: el
receptor transforma la señal en mensaje, pero este mensaje es todavía una forma vacía a la que el destinatario podrá atribuir significados diferentes según el código que aplique.
Si escribo la frase No more, aquel que la interprete a la luz del código lengua inglesa la entenderá
en el sentido más obvio; pero les aseguro que, leída por un italiano, la misma frase significaría
«nada de moras», o bien «no, prefiero las moras»; pero, si en lugar de un sistema de referencia
botánico, mi interlocutor apelase a un sistema de referencia jurídico, entendería «nada de moras
(dilaciones)»; y si usase un sistema de referencia erótico, la misma frase sería la res- puesta «no,
morenas» a la pregunta «¿Los caballeros las prefieren rubias?».
Naturalmente, en la comunicación. normal, entre persona y persona, relativa a la vida cotidiana,
estos equívocos son mínimos: los códigos se establecen de antemano. Pero hay también casos
extremos como, en primer lugar, la comunicación estética, donde el mensaje es intencionalmente
ambiguo con el fin preciso de estimular la utilización de códigos diferentes por parte de aquellos
que estarán en contacto con la obra de arte, en lugares y en momentos diferentes.
Si en la comunicación cotidiana la ambigüedad está excluida y en la estética es por el contrario
deseada, en la comunicación de masas la ambigüedad, aunque ignorada, está siempre presente. Hay comunicación de masas cuando la fuente es única, centralizada, estructurada según los modos de la organización industrial; el canal es un expediente tecnológico que ejerce una influencia sobre la forma misma de la señal; y los destinatarios son la totalidad (o bien un grandísimo número) de los seres humanos en diferentes partes del globo. Los estudiosos norteamericanos se han dado cuenta de lo que significa una película de amor en tecnicolor, pensada para las señoras de los suburbios y proyectada, después, en un pueblo del Tercer Mundo.
Pero en países como Italia, donde el mensaje tele- visivo es elaborado por una fuente industrial centralizada y llega simultáneamente a una ciudad industrial del norte y a una perdida aldea agrícola del sur, en dos circunstancias sociológicas separadas por siglos de historia, este fenómeno se registra día a día.
Pero basta incluso con la reflexión paradójica para convencerse de este hecho: cuando la revista
Eros publicó, en Estados Unidos, la famosa fotografía de una mujer blanca y un hombre de color,
desnudos, besándose, imagino que, si las mismas imágenes hubieran sido transmitidas por una red televisiva de gran difusión, el significado atribuido al mensaje por el gobernador de Alabama y por Allen Ginsberg habría sido diferente. Para un hippie californiano, para un radical del Village, la imagen habría significado la promesa de una nueva comunidad. Para un seguidor del Ku Klux Man el mensaje habría significado una tremenda amenaza de violencia carnal.
El universo de la comunicación de masas está lleno de estas interpretaciones discordantes; diría que la variabilidad de las interpretaciones es la ley constante de las comunicaciones de masas. Los mensajes parten de la fuente y llegan a situaciones sociológicas diferenciadas, donde actúan códigos diferentes. Para un empleado de banco de Milán la publicidad televisiva de un frigorífico representa un estímulo a la adquisición, pero para un campesino en paro de Calabria la misma imagen significa la denuncia de un universo de bienestar que no le pertenece y que deberá conquistar. Es por esto que creo que en los países pobres incluso la publicidad televisiva puede funcionar como mensaje revolucionario.
El problema de la comunicación de masas es que hasta ahora esta variabilidad de las
interpretaciones ha sido casual. Nadie regula el modo en que el destinatario usa el mensaje, salvo en raras ocasiones. En este sentido, aunque hayamos desplazado el problema, aunque hayamos
afirmado que «el medio no es el mensaje», sino que «el mensaje depende del código», no hemos
resuelto el problema de la era de las comunicaciones. Si el apocalíptico dice: «El medio no
transmite ideologías, es la ideología misma; la televisión es la forma de comunicación que asume la ideología industrial avanzada», nosotros sólo podremos responder: «El medio transmite las
ideologías a las que el destinatario puede recurrir en forma de códigos que nacen de la situación
social en la que vive, de la educación recibida, de las disposiciones psicológicas del momento.» En
tal caso, el fenómeno de las comunicaciones de masas seria inmutable: existe un instrumento
extremadamente poderoso que ninguno de nosotros llegará jamás a regular; existen medios de
comunicación que, a diferencia de los medios de producción, no son controlables ni por la voluntad privada ni por la de la colectividad. Frente a ellos, todos nosotros, desde' el director de la CBS y el presidente de Estados Unidos, pasando por Martin Heidegger, hasta el campesino más humilde del delta del Nilo, somos el proletariado.
Sin embargo, creo que el defecto de este planteamiento consiste en el hecho de que todos nosotros estamos tratando de ganar esta batalla (la batalla del hombre en el universo tecnológico de la comunicación) recurriendo a la estrategia.
Habitualmente, los políticos, los educadores, los científicos de la comunicación creen que para
controlar el poder de los mass-media es preciso controlar dos momentos de la cadena de la
comunicación: la fuente y el canal. De esta forma se cree poder controlar el mensaje; por el
contrario, así sólo se controla el mensaje como forma vacía que, en su destinación, cada cual llenará con los significados que le sean sugeridos por la propia situación antropológica, por su propio modelo cultural.
La solución estratégica puede resumirse en la frase: «Hay que ocupar el sillón del
presidente de la RAI», o bien: «Hay que apoderarse del sillón del ministro de Información», o: «Es preciso ocupar el sillón del director del Corriere.» No niego que este planteamiento estratégico pueda dar excelentes resultados a quien se proponga el éxito político y económico, pero me temo que ofrezca resultados muy magros a quien espere devolver a los seres humanos una cierta libertad frente al fenómeno total de la comunicación.
Por esta razón, habrá que aplicar en el futuro a la estrategia una solución de guerrilla. Es preciso
ocupar, en cualquier lugar del mundo, la primera silla ante cada aparato de televisión (y,
naturalmente, la silla del líder de grupo ante cada pantalla cinematográfica, cada transistor, cada
página de periódico). Si se prefiere una formulación menos paradójica, diré: La batalla por la
supervivencia del hombre como ser responsable en la Era de la Comunicación no se gana en el
lugar de donde parte la comunicación sino en el lugar a donde llega. Si he hablado de guerrilla es
porque nos espera un destino paradójico y difícil, a nosotros, estudiosos y técnicos de la
comunicación: precisamente en el momento en que los sistemas de comunicación prevén una sola
fuente industrializada y un solo mensaje, que llegaría a una audiencia dispersa por todo el mundo, nosotros deberemos ser capaces de imaginar unos sistemas de comunicación complementarios que nos permitan llegar a cada grupo humano en particular, a cada miembro en particular, de la audiencia universal, para discutir el mensaje en su punto de llegada, a la luz de los códigos de llegada, confrontándolos con los códigos de partida.
Un partido político, capaz de alcanzar de manera capilar a todos los grupos que ven televisión y de llevarlos a discutir los mensajes que reciben, puede cambiar el significado que la fuente había
atribuido a ese mensaje. Una organización educativa que lograse que una audiencia determinada
discutiera sobre el mensaje que recibe, podría volver del revés el significado de tal mensaje. 0 bien, demostrar que ese mensaje puede ser interpretado de diferentes modos.
Cuidado: no estoy proponiendo aquí una nueva forma de control de la opinión pública, todavía más terrible. Estoy proponiendo una acción para incitar a la audiencia a que controle el mensaje y sus múltiples posibilidades de interpretación.
La idea de que un día habrá que pedir a los estudiosos y educadores que abandonen los estudios de televisión o las redacciones de los periódicos para librar una guerrilla puerta a puerta, como provos de la recepción crítica puede asustar y parecer pura utopía. Pero si la Era de las Comunicaciones avanza en la dirección que hoy nos parece más probable, ésta será la única salvación para los hombres libres. Hay que estudiar cuales pueden ser las formas de esta guerrilla cultural.
Probablemente, en la interrelación de los diversos medios de comunicación, podrá emplearse un
medio para comunicar una serie de juicios sobre otro medio. Esto es lo que en cierta medida hace, por ejemplo, un periódico cuando critica una transmisión de televisión. Pero, ¿quién nos asegura que el artículo del periódico será leído del modo que deseamos? ¿Nos veremos obligados a recurrir a otro medio para enseñar a leer el periódico de manera consciente?.
Ciertos fenómenos de «contestación de masa» (hippies o beatniks, new bohemia o movimientos
estudiantiles) nos parecen hoy respuestas negativas a la sociedad industrial: se rechaza la sociedad de la Comunicación Tecnológica para buscar formas alternativas de vida asociativa. Naturalmente, estas formas se realizan usando medios de la sociedad tecnológica (televisión, prensa, discos…).
Así no se sale del círculo, sino que se vuelve a entrar en él sin quererlo. Las revoluciones se
resuelven a menudo en formas pintorescas de integración.
Podría suceder que estas formas no industriales de comunicación (de los love-in a los mitines
estudiantiles, con sentadas en el campus universitario) pudieran llegar a ser las formas de una futura guerrilla de las comunicaciones. Una manifestación complementaria de las manifestaciones de la comunicación tecnológica, la corrección continua de las perspectivas, la verificación de los códigos, la interpretación siempre renovada de los mensajes de masas. El universo de la comunicación tecnológica sería entonces atravesado por grupos de guerrilleros de la comunicación, que reintroducirían una dimensión crítica en la recepción pasiva.
La amenaza para quienes the medium is the message podría entonces llegar a ser, frente al medio y al mensaje, el retorno a la responsabilidad individual. Frente a la divinidad anónima de la Comunicación Tecnológica, nuestra respuesta bien podría ser: «Hágase nuestra voluntad, no la Tuya.»
Tomado de Umberto Eco, La estrategia de la ilusión, Lumen/de la Flor, 1987
Espacio para la discusión del quehacer historiográfico, desde la Filosofía de la historia al análisis de textos a partir de la semiótica o la hermenéutica. Se busca promover la retroalimentación entre los miembros del gremio, así como vincular el oficio con la sociedad en general.
lunes, 17 de mayo de 2010
martes, 20 de abril de 2010
Respecto al periodismo...
Un artículo del blog La historia del día (muy recomendable), a propósito de lo que hemos estado hablando en clase:
El periodista, la objetividad y el compromiso
Pascual Serrano
Le Monde diplomatique
Los teóricos neoliberales centran su análisis sobre la información en la necesidad de elementos como la imparcialidad, la objetividad, la independencia, la neutralidad… El ejemplo más claro de que, en términos absolutos, no existe la neutralidad informativa se evidencia desde el momento en que se elige lo que es noticia1. Cuando un periódico selecciona como noticia principal de portada la concesión de un oscar en Hollywood o un informe de Amnistía Internacional, está tomando una posición editorial determinada. Ya dijo Ryszard Zapu
Algo similar podríamos decir del concepto de equilibrio informativo. El veterano periodista experto en Oriente Medio Robert Fisk criticó ese falso discurso del equilibrio y afirmó que “los periodistas deberíamos estar del lado de quienes sufren. Si habláramos del comercio de esclavos en el siglo XVIII, no le daríamos igualdad de tiempo al capitán del navío de esclavos en nuestros reportes. Si cubriéramos la liberación de un campo de concentración nazi, no le daríamos igualdad de tiempo al vocero de las SS”3. José Ignacio López Vigil ha dedicado toda su vida al periodismo comunitario en América Latina, al lado de la gente pobre y sencilla. Él también reivindica el compromiso frente a las injusticias:
Frente a un panorama tan cruel, ninguna persona sensible, con entra
López Vigil va todavía más lejos:
Ni el arte por el arte, ni la información por la información. Buscamos informar para inconformar, para sacudir las comodidades de aquéllos a quienes les sobra y para remover la pasividad de aquéllos a quienes les falta. Las noticias, bien trabajadas, aún sin opinión explícita, sensibilizan sobre estos graves problemas y mueven voluntades para resolverlos5.
No faltan periodistas jóvenes de última generación que también reniegan del mito de la equidistancia, como Olga Rodríguez, curtida en los conflictos de Oriente Medio: “huyo de la equidistancia porque creo que es una trampa: no se puede tratar igual al que bombardea que al que es bombardeado, al invasor que al invadido, al opresor que al oprimido… Vivimos en un mundo plagado de desigualdades, injusticias y desequilibrios y creo que una de las misiones de los periodistas es buscar que la balanza se equilibre”6. Decía el poeta español Gabriel Celaya, “maldigo al poeta que no toma partido”, y hoy el recién fallecido ensayista estadounidense Howard Zinn afirma que “no se puede ser neutral viajando en un tren en marcha que se dirige a un despeñadero”.
El historiador Paul Preston recoge en su libro “Idealistas bajo las balas”, el sentimiento que vivieron los corresponsales de prensa extranjeros destinados en España durante la guerra civil7. Según Preston, “no se trataba sólo de describir lo que presenciaban. Muchos de ellos reflexionaban sobre las consecuencias que tendría para el resto del mundo lo que sucedía entonces en España. (…) se vieron empujados por la indignación a escribir en favor de la causa republicana, algunos a ejercer presión en sus respectivos países y, en unos pocos casos, a tomar las armas para defender la República”. Preston deja bien claro que ese activismo no fue “en detrimento de la fidelidad y la sinceridad de su quehacer informativo. De hecho, algunos de los corresponsales más comprometidos redactaron varios de los reportajes de guerra más precisos e imperecederos”8.
La percepción del periodismo como un compromiso con los oprimidos ha inspirado a lo más valioso de nuestra profesión, quienes, a diferencia del hipócrita discurso dominante actual, han reivindicado esa responsabilidad. Desde el cubano Pablo de la Torriente Brau al británico Robert Fisk o el franco-español Ignacio Ramonet. Recordemos que iniciativas tan justas y loables como la creación de un impuesto para las transacciones financieras especulativas (la Tasa Tobin), el apoyo a los Foros Sociales Mundiales o el combate al Acuerdo Multinacional de Inversiones (AMI) surgieron en medios de comunicación de indiscutible prestigio como Le Monde Diplomatique. También lo han entendido así muchos fotoperiodistas profesionales: “Me molestan ciertas etiquetas, como cuando me dicen que soy un periodista solidario. Para mí el periodismo es compromiso”9, afirmó el fotógrafo Gervasio Sánchez, Premio Nacional de Fotografía en España. El fotoperiodista todavía va más lejos: “Si yo fuera alguna vez decano de una facultad de Periodismo eliminaría una palabra: ‘objetividad’, la quitaría, rechazaría y quemaría”10.
El periodista siempre tendrá la tentación de dejarse llevar por los oropeles palaciegos, bien por razones económicas, por sumisión al poder, o simplemente por la tendencia a considerar más veraz y valiosa la información sólo porque procede de la moqueta y el esplendor de los centros del poder. Pero hay que recordar que tenemos una obligación social, un compromiso, una especie de juramento hipocrático que consiste en sacar a la luz, en informar, sobre tantas y tantas luchas de hombre y mujeres que combaten por su supervivencia y dignidad. Como dice Kapuscinski en su obra El Sha, debemos reivindicar “las palabras que circulan libremente, palabras clandestinas, rebeldes, palabras que no van vestidas de uniforme de gala, desprovistas del sello oficial”. Por eso cuando en una guerra un jefe militar nos anuncie una liberación le preguntaremos a la señora que salió a comprar el pan en la zona recién liberada; mientras el ministro nos esté enseñando el nuevo hospital inaugurado, acercaremos el micrófono al anciano que se encuentra en la sala de espera, y durante la pomposa inauguración de la industria de vanguardia tecnológica interrogaremos al obrero por su paga.
Tal como sucedió a los periodistas decentes que cubrieron la guerra civil en España, es necesario sentir en la piel el destino de los desfavorecidos para comprender cuál es el lugar del periodista.
El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquél que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodista. Si leéis los escritos de los mejores periodistas -las obras de Mark Twain, de Ernest Hemingway, de Gabriel García Márquez-, comprobaréis que se trata siempre de periodismo intencional.11
El discurso de la neutralidad se utiliza inteligentemente desde los medios de comunicación neoliberales. Basta con observar los nombres con los que gustan denominarse en sus cabeceras: El Imparcial, Informaciones, ABC, La Nación, El Mundo, El País, La Razón. Todos son asépticos y neutrales, como desean que creamos que son sus contenidos. Su celo por aparentar ausencia de ideología les lleva incluso a prohibir a sus periodistas que tengan ideas hasta fuera de la redacción, en su vida privada.
La ciudadanía se indigna ante cualquier intento de dirigismo político e ideológico. Sabedores de eso, la estrategia actual de los medios es disimular a toda costa la intencionalidad para que pase inadvertida a las audiencias y pueda ser efectiva. El objetivo es proporcionar (u ocultar) al lector, oyente o espectador determinados elementos de contexto, antecedentes, silenciamientos o métodos discursivos (en el caso de los medios audiovisuales las posibilidades son infinitas) para que llegue a una conclusión y posición ideológica determinadas, pero con la percepción que es el resultado de su capacidad deductiva y no del dirigismo del medio de comunicación. De ahí la importancia de denunciar las falsas objetividades y neutralidades para dignificar un periodismo de principios y valores.
Los grandes medios comerciales hablan de neutralidad periodística mientras tienen periodistas empotrados entre las filas del ejército estadounidense en Iraq, de pluralidad informativa cuando sus redactores no salen de la sala de prensa de la Casa Blanca y nunca han visitado un suburbio de Washington o Nueva York, de imparcialidad mientras siguen estigmatizando en sus informaciones a los gobiernos que cometen el delito de recuperar sus recursos naturales de las manos de transnacionales. Alardean de objetividad, pero sus páginas y espacios informativos se reservan al oropel, el lujo y el glamour de famosos y grandes fortunas que identifican de esta forma como modelos a admirar. No es verdad que los medios de comunicación comerciales sean soportes neutrales de información. Ellos militan y hacen apología de un modelo económico concreto en el que se desenvuelven y del que obtienen beneficios, bien para su propia empresa o para la casa matriz accionista. Frente a ello, no se trata de que desde el compromiso del periodista el periodismo se convierta en panfleto, la ciudadanía rechaza los intentos de un periodismo militante que no aporta rigor ni información contrastada y sólo incluye ideología. Lo que reivindicamos es la recuperación de la dignidad y el servicio a la comunidad, a la justicia social, a la soberanía de los pueblos y a las libertades. No será periodismo si no se hace así, como no es medicina curar sólo a quienes tienen dinero para pagarla. No se debe confundir periodismo comprometido con servir incondicionalmente a un partido político o a un gobierno con el que se simpatiza. El compromiso es con unos principios y unos valores no con unas siglas o un determinado órgano de poder. Y, sobre todo, dar la voz a quienes tantas veces tiene vetado el acceso a los medios de comunicación. La escritora Elena Poniatowska en su libro “La noche de Tlatelolco”12, recogió la masacre de cientos de estudiantes que protestaban en la plaza de ese mismo nombre, en la ciudad de México, el 2 de octubre de 1968. Para ello se dedicó a transcribir textualmente los testimonios de los afectados y ordenados cronológicamente. Sin duda se trata de un periodismo incompleto -hay elementos y datos que no se pueden ofrecer mediante testimonios-, pero es un ejercicio magnífico de dar la voz a la gente.
En muchos foros los profesionales insisten en que su capacidad de maniobra para practicar un periodismo comprometido con valores distintos de los impuestos por el mercado es muy limitada. Es verdad, pero es imprescindible que todo periodista ponga al servicio de esos ideales sus conocimientos y su trabajo si quiere que la decencia sea emblema e insignia de su vida y su profesión, y probablemente deba ser fuera de su puesto de trabajo en un medio de comunicación comercial. No se trata de militancia, sino de de decencia. La decencia es lo que diferencia al biólogo que trabaja para una gran empresa de transgénicos o para una organización ecologista, al abogado que defiende los intereses de una multinacional o los de los trabajadores que exigen un sueldo justo, al militar que dispara contra el pueblo refugiándose en órdenes de superiores o al que combate al lado de la gente. Ninguno de ellos puede ser neutral, ni imparcial, ni objetivo.
NOTAS
[1] Ver capítulo ” Así funciona el modelo” en Serrano, Pascual. Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo . Península. Barcelona, junio 2009.
[2] Ryszard Zapu
[3] Fisk, Robert. “Tediosas comparaciones sobre Oriente Medio”. La Jornada . 13-1-2009 http://www.jornada.unam.mx/2009/01/13/index.php?section=opinion&article=024a1mun
[4] López Vigil, José Ignacio. Manual urgente para radialistas apasionadas y apasionados . Ministerio de Información y Comunicación de Venezuela. 2005
[5] López Vigil, José Ignacio. Manual urgente para radialistas apasionadas y apasionados. Ministerio de Información y Comunicación de Venezuela. 2005
[6] Mu
[7] Preston, Paul. Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España . DeBolsillo 2008
[8] Preston, Paul. Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España . DeBolsillo 2008. pp. 16 y 17
[9] Público 7-11-2009
[10] Declaraciones a CNN + 8-11-2009
[11] Ryszard Zapu
[12] Elena Poniatowska. La noche de Tlatelolco. Editorial Era, 2007
ściński que no puede ser corresponsal quien “cree en la objetividad de la información, cuando el único informe posible siempre resulta personal y provisional”.2 ñas, puede permanecer indiferente. Es hora de poner todos nuestros esfuerzos personales, toda nuestra creatividad, para mejorar esta situación. No caben mirones cuando está en juego la vida de la mayoría de nuestros congéneres, incluida la del único planeta donde podemos vivirla4. ściński. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo . Anagrama. Barcelona 2002. pág. 21. ñoz, S. Entrevista en la revista Paisajes . Noviembre 2009 ściński. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo . Anagrama. Barcelona 2002. pp. 38 y 39
El periodista, la objetividad y el compromiso
Pascual Serrano
Le Monde diplomatique
Los teóricos neoliberales centran su análisis sobre la información en la necesidad de elementos como la imparcialidad, la objetividad, la independencia, la neutralidad… El ejemplo más claro de que, en términos absolutos, no existe la neutralidad informativa se evidencia desde el momento en que se elige lo que es noticia1. Cuando un periódico selecciona como noticia principal de portada la concesión de un oscar en Hollywood o un informe de Amnistía Internacional, está tomando una posición editorial determinada. Ya dijo Ryszard Zapu
Algo similar podríamos decir del concepto de equilibrio informativo. El veterano periodista experto en Oriente Medio Robert Fisk criticó ese falso discurso del equilibrio y afirmó que “los periodistas deberíamos estar del lado de quienes sufren. Si habláramos del comercio de esclavos en el siglo XVIII, no le daríamos igualdad de tiempo al capitán del navío de esclavos en nuestros reportes. Si cubriéramos la liberación de un campo de concentración nazi, no le daríamos igualdad de tiempo al vocero de las SS”3. José Ignacio López Vigil ha dedicado toda su vida al periodismo comunitario en América Latina, al lado de la gente pobre y sencilla. Él también reivindica el compromiso frente a las injusticias:
Frente a un panorama tan cruel, ninguna persona sensible, con entra
López Vigil va todavía más lejos:
Ni el arte por el arte, ni la información por la información. Buscamos informar para inconformar, para sacudir las comodidades de aquéllos a quienes les sobra y para remover la pasividad de aquéllos a quienes les falta. Las noticias, bien trabajadas, aún sin opinión explícita, sensibilizan sobre estos graves problemas y mueven voluntades para resolverlos5.
No faltan periodistas jóvenes de última generación que también reniegan del mito de la equidistancia, como Olga Rodríguez, curtida en los conflictos de Oriente Medio: “huyo de la equidistancia porque creo que es una trampa: no se puede tratar igual al que bombardea que al que es bombardeado, al invasor que al invadido, al opresor que al oprimido… Vivimos en un mundo plagado de desigualdades, injusticias y desequilibrios y creo que una de las misiones de los periodistas es buscar que la balanza se equilibre”6. Decía el poeta español Gabriel Celaya, “maldigo al poeta que no toma partido”, y hoy el recién fallecido ensayista estadounidense Howard Zinn afirma que “no se puede ser neutral viajando en un tren en marcha que se dirige a un despeñadero”.
El historiador Paul Preston recoge en su libro “Idealistas bajo las balas”, el sentimiento que vivieron los corresponsales de prensa extranjeros destinados en España durante la guerra civil7. Según Preston, “no se trataba sólo de describir lo que presenciaban. Muchos de ellos reflexionaban sobre las consecuencias que tendría para el resto del mundo lo que sucedía entonces en España. (…) se vieron empujados por la indignación a escribir en favor de la causa republicana, algunos a ejercer presión en sus respectivos países y, en unos pocos casos, a tomar las armas para defender la República”. Preston deja bien claro que ese activismo no fue “en detrimento de la fidelidad y la sinceridad de su quehacer informativo. De hecho, algunos de los corresponsales más comprometidos redactaron varios de los reportajes de guerra más precisos e imperecederos”8.
La percepción del periodismo como un compromiso con los oprimidos ha inspirado a lo más valioso de nuestra profesión, quienes, a diferencia del hipócrita discurso dominante actual, han reivindicado esa responsabilidad. Desde el cubano Pablo de la Torriente Brau al británico Robert Fisk o el franco-español Ignacio Ramonet. Recordemos que iniciativas tan justas y loables como la creación de un impuesto para las transacciones financieras especulativas (la Tasa Tobin), el apoyo a los Foros Sociales Mundiales o el combate al Acuerdo Multinacional de Inversiones (AMI) surgieron en medios de comunicación de indiscutible prestigio como Le Monde Diplomatique. También lo han entendido así muchos fotoperiodistas profesionales: “Me molestan ciertas etiquetas, como cuando me dicen que soy un periodista solidario. Para mí el periodismo es compromiso”9, afirmó el fotógrafo Gervasio Sánchez, Premio Nacional de Fotografía en España. El fotoperiodista todavía va más lejos: “Si yo fuera alguna vez decano de una facultad de Periodismo eliminaría una palabra: ‘objetividad’, la quitaría, rechazaría y quemaría”10.
El periodista siempre tendrá la tentación de dejarse llevar por los oropeles palaciegos, bien por razones económicas, por sumisión al poder, o simplemente por la tendencia a considerar más veraz y valiosa la información sólo porque procede de la moqueta y el esplendor de los centros del poder. Pero hay que recordar que tenemos una obligación social, un compromiso, una especie de juramento hipocrático que consiste en sacar a la luz, en informar, sobre tantas y tantas luchas de hombre y mujeres que combaten por su supervivencia y dignidad. Como dice Kapuscinski en su obra El Sha, debemos reivindicar “las palabras que circulan libremente, palabras clandestinas, rebeldes, palabras que no van vestidas de uniforme de gala, desprovistas del sello oficial”. Por eso cuando en una guerra un jefe militar nos anuncie una liberación le preguntaremos a la señora que salió a comprar el pan en la zona recién liberada; mientras el ministro nos esté enseñando el nuevo hospital inaugurado, acercaremos el micrófono al anciano que se encuentra en la sala de espera, y durante la pomposa inauguración de la industria de vanguardia tecnológica interrogaremos al obrero por su paga.
Tal como sucedió a los periodistas decentes que cubrieron la guerra civil en España, es necesario sentir en la piel el destino de los desfavorecidos para comprender cuál es el lugar del periodista.
El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquél que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodista. Si leéis los escritos de los mejores periodistas -las obras de Mark Twain, de Ernest Hemingway, de Gabriel García Márquez-, comprobaréis que se trata siempre de periodismo intencional.11
El discurso de la neutralidad se utiliza inteligentemente desde los medios de comunicación neoliberales. Basta con observar los nombres con los que gustan denominarse en sus cabeceras: El Imparcial, Informaciones, ABC, La Nación, El Mundo, El País, La Razón. Todos son asépticos y neutrales, como desean que creamos que son sus contenidos. Su celo por aparentar ausencia de ideología les lleva incluso a prohibir a sus periodistas que tengan ideas hasta fuera de la redacción, en su vida privada.
La ciudadanía se indigna ante cualquier intento de dirigismo político e ideológico. Sabedores de eso, la estrategia actual de los medios es disimular a toda costa la intencionalidad para que pase inadvertida a las audiencias y pueda ser efectiva. El objetivo es proporcionar (u ocultar) al lector, oyente o espectador determinados elementos de contexto, antecedentes, silenciamientos o métodos discursivos (en el caso de los medios audiovisuales las posibilidades son infinitas) para que llegue a una conclusión y posición ideológica determinadas, pero con la percepción que es el resultado de su capacidad deductiva y no del dirigismo del medio de comunicación. De ahí la importancia de denunciar las falsas objetividades y neutralidades para dignificar un periodismo de principios y valores.
Los grandes medios comerciales hablan de neutralidad periodística mientras tienen periodistas empotrados entre las filas del ejército estadounidense en Iraq, de pluralidad informativa cuando sus redactores no salen de la sala de prensa de la Casa Blanca y nunca han visitado un suburbio de Washington o Nueva York, de imparcialidad mientras siguen estigmatizando en sus informaciones a los gobiernos que cometen el delito de recuperar sus recursos naturales de las manos de transnacionales. Alardean de objetividad, pero sus páginas y espacios informativos se reservan al oropel, el lujo y el glamour de famosos y grandes fortunas que identifican de esta forma como modelos a admirar. No es verdad que los medios de comunicación comerciales sean soportes neutrales de información. Ellos militan y hacen apología de un modelo económico concreto en el que se desenvuelven y del que obtienen beneficios, bien para su propia empresa o para la casa matriz accionista. Frente a ello, no se trata de que desde el compromiso del periodista el periodismo se convierta en panfleto, la ciudadanía rechaza los intentos de un periodismo militante que no aporta rigor ni información contrastada y sólo incluye ideología. Lo que reivindicamos es la recuperación de la dignidad y el servicio a la comunidad, a la justicia social, a la soberanía de los pueblos y a las libertades. No será periodismo si no se hace así, como no es medicina curar sólo a quienes tienen dinero para pagarla. No se debe confundir periodismo comprometido con servir incondicionalmente a un partido político o a un gobierno con el que se simpatiza. El compromiso es con unos principios y unos valores no con unas siglas o un determinado órgano de poder. Y, sobre todo, dar la voz a quienes tantas veces tiene vetado el acceso a los medios de comunicación. La escritora Elena Poniatowska en su libro “La noche de Tlatelolco”12, recogió la masacre de cientos de estudiantes que protestaban en la plaza de ese mismo nombre, en la ciudad de México, el 2 de octubre de 1968. Para ello se dedicó a transcribir textualmente los testimonios de los afectados y ordenados cronológicamente. Sin duda se trata de un periodismo incompleto -hay elementos y datos que no se pueden ofrecer mediante testimonios-, pero es un ejercicio magnífico de dar la voz a la gente.
En muchos foros los profesionales insisten en que su capacidad de maniobra para practicar un periodismo comprometido con valores distintos de los impuestos por el mercado es muy limitada. Es verdad, pero es imprescindible que todo periodista ponga al servicio de esos ideales sus conocimientos y su trabajo si quiere que la decencia sea emblema e insignia de su vida y su profesión, y probablemente deba ser fuera de su puesto de trabajo en un medio de comunicación comercial. No se trata de militancia, sino de de decencia. La decencia es lo que diferencia al biólogo que trabaja para una gran empresa de transgénicos o para una organización ecologista, al abogado que defiende los intereses de una multinacional o los de los trabajadores que exigen un sueldo justo, al militar que dispara contra el pueblo refugiándose en órdenes de superiores o al que combate al lado de la gente. Ninguno de ellos puede ser neutral, ni imparcial, ni objetivo.
NOTAS
[1] Ver capítulo ” Así funciona el modelo” en Serrano, Pascual. Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo . Península. Barcelona, junio 2009.
[2] Ryszard Zapu
[3] Fisk, Robert. “Tediosas comparaciones sobre Oriente Medio”. La Jornada . 13-1-2009 http://www.jornada.unam.mx/2009/01/13/index.php?section=opinion&article=024a1mun
[4] López Vigil, José Ignacio. Manual urgente para radialistas apasionadas y apasionados . Ministerio de Información y Comunicación de Venezuela. 2005
[5] López Vigil, José Ignacio. Manual urgente para radialistas apasionadas y apasionados. Ministerio de Información y Comunicación de Venezuela. 2005
[6] Mu
[7] Preston, Paul. Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España . DeBolsillo 2008
[8] Preston, Paul. Idealistas bajo las balas. Corresponsales extranjeros en la guerra de España . DeBolsillo 2008. pp. 16 y 17
[9] Público 7-11-2009
[10] Declaraciones a CNN + 8-11-2009
[11] Ryszard Zapu
[12] Elena Poniatowska. La noche de Tlatelolco. Editorial Era, 2007
ściński que no puede ser corresponsal quien “cree en la objetividad de la información, cuando el único informe posible siempre resulta personal y provisional”.2 ñas, puede permanecer indiferente. Es hora de poner todos nuestros esfuerzos personales, toda nuestra creatividad, para mejorar esta situación. No caben mirones cuando está en juego la vida de la mayoría de nuestros congéneres, incluida la del único planeta donde podemos vivirla4. ściński. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo . Anagrama. Barcelona 2002. pág. 21. ñoz, S. Entrevista en la revista Paisajes . Noviembre 2009 ściński. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo . Anagrama. Barcelona 2002. pp. 38 y 39
viernes, 26 de marzo de 2010
La lectura de Jesús Galindo
Para los que no pudieron acceder a la lectura a través del link, aquí está completa (parece mucho pero sólo son 15 hojas):
COMUNICOLOGÍA, COMUNICACIÓN Y CULTURA. ExploraciÓn histÓrica de dos conceptos centrales en el trÁnsito del siglo XX al siglo XXI.
Por Jesús GalindoNúmero 66
Resumen. El texto se divide en cinco partes. En la primera “Explorando algunas imágenes e ideas sobre los conceptos involucrados”, se presentan las categorías que históricamente están asociadas al movimiento conceptual que aquí interesa, la cultura, la comunicación, la historia y la información. En la segunda “Ámbitos de estudio y Programas de estudio. Espacios de relación entre lo diferente y lo semejante”, se presentan los tres programas de estudio básicos asociados a la relaciones categoriales exploradas en la primera parte, la Antropología y los Estudios Culturales, las Bellas Artes y los estudios sobre la cultural, y la Comunicología y los Estudios Culturales. En la tercera parte “La Comunicología Histórica y los Estudios Culturales”, se presenta un apunte de la historia de la Comunicología asociada a los Estudios Culturales. En la cuarta “Abriendo la agenda de reflexión sobre la comunicación y la cultura”, se presenta un apunte analítico sobre esta relación central desde el punto de vista del proyecto Hacia una Comunicología posible, del GUCOM. Y en la quinta se presenta una bibliografía seleccionada para complementar el contenido del texto.
Palabras clave. Comunicación, Cultura, Comunicología, Estudios Culturales, Historia.
Explorando algunas imágenes e ideas sobre los conceptos involucrados.
El tema de los estudios culturales y la comunicación pasa por un proceso que involucra dos fenómenos simultáneos. Por una parte la matriz conceptual sobre lo social-simbólico que venía desarrollándose desde el siglo XIX, sobre la cultura y la historia, entra en crisis por diversos motivos, tanto internos como externos, así como por su sensible interacción. Y por otra parte aparece la figura de algo que puede considerarse una matriz emergente en formación, que atiende en forma directa los asuntos con los cuales tiene dificultades la otra matriz, la decimonónica, que se organiza en forma algo distinta a aquella, la matriz oficial, aparece la información y la comunicación. Dos movimientos simultáneos, contemporáneos. De su encuentro y relación hemos sido testigos durante los últimos cuarenta o cincuenta años, sobre todo los últimos veinticinco. Los dos movimientos siguen en proceso, y ya estamos en un nuevo siglo. ¿Qué sucederá? ¿Cuál es la situación actual? ¿Por qué es importante esta situación?
Para iniciar una exploración general del asunto, empezaremos en este primer apartado por una breve observación sobre las relaciones posibles y actuales de los conceptos básicos involucrados. Los conceptos involucrados, que serán tomados aquí como nociones y visiones, son la comunicación, la cultura, la historia y la información. De sus posibles relaciones hemos elegido las que se presentan en pares, por lo tanto son cuatro las relaciones por explorar, las básicas compuestas, la de comunicación y cultura y la de información e historia, y las elementales, la de cultura e historia y la de comunicación e información.
Primera. Comunicación y Cultura.
Esta es una relación que se presenta en el centro del tema que nos ocupa. La figura conceptual de la cultura se configura para nuestra época en el siglo diecinueve. Esta ordenada entre la connotación de clase de la alta cultura, muy cargada de referencias al arte como actividad elitista, y la percepción antropológica de toda forma simbólica como rasgo cultural. La cultura está asociada por tanto al refinamiento de lenguajes y formas expresivas, y a la relación taxonómica de todo asunto y objeto con nombre. La cultura se parece más a la información que a la comunicación. Suele referirse más a elementos de composición que a relaciones o interacciones de conformación, como es el caso de la comunicación. La cultura busca asociar ciertos rasgos con ciertos actores o lugares, depende mucho de un fondo de lectura e interpretación en su origen con referentes nacionalistas y de identidades cerradas. La comunicación por su parte viene del sentido asociado a la conversación y las relaciones interpersonales, se encumbra con la llamada comunicación masiva y la emergencia de las llamadas tecnologías de información y comunicación, y se mueve con lentitud y urgencia hacia un status conceptual sistémico y abstracto, que permite percibir a todo movimiento de relaciones, desde las físico-químicas hasta las sociales y culturales. En este momento la cultura aparece muy asociada a contenidos e identidades y la comunicación a formas y relaciones. Existen dos visiones elementales de su relación, una que la mira desde el siglo diecinueve y las humanidades, donde la comunicación es un componente dinámico de la más estática cultura, y otra, que la mira desde el siglo veinte y la ciencia, donde la cultura es una forma más que puede observarse desde la comunicación, figura más abstracta y metodológica.
Segunda. Información e Historia.
Este par tiene parecidos y diferencias interesantes. En el parecido aparece en primer lugar la figura del dato, que es muy importante para historia, y que se relaciona en forma directa con la información. Aquí sucede algo semejante que en el par anterior, en la historia se supone que la información es un recurso, y que ella está hecha de algo más. Lo que pasa es que desde el punto de vista de la información, la historia es también una configuración de información, y lo más que puede negociar con la primera visión de la historia es presentando varios niveles de configuración de información, de elementos de novedad sobre elementos convencionales. Así que el problema vuelve a ser de visión general, se podría afirmar que epistemológico. La figura de la historia es un sistema cerrado de información, que se define por un objeto propio, o quizás, ya en una visión compleja, como una perspectiva sobre el tiempo y el espacio. La información también tiene un umbral inferior que la reduce a datos, a frases, a unidades de representación. Pero también tiene un umbral superior, donde las unidades de representación se configuran en sistemas, y los sistemas de información en el centro del orden cosmológico de todo. Así que parece ser que el nivel de abstracción muestra aquí también la diferencia básica. La historia se mueve en un contexto cerrado de información, desde el cual se puede relacionar con otros. La información puede ser la figura central de todo orden de representación y de acción. Desde una perspectiva una es el insumo de la otra, desde otra perspectiva la historia es una forma más de los sistemas de información.
Tercera. Cultura e Historia.
Esta pareja tiene una trayectoria común a lo largo del siglo veinte y sus antecedentes en el siglo diecinueve y antes. Su primera diferencia es disciplinar, de la cultura se ocupa en general la Antropología, y de la historia una propuesta con el mismo nombre. La división de tareas carga más a la Antropología al presente y a la Historia al pasado. Pero también la cultura puede ser estudiada por la Antropología y la Historia, y la historia puede ser estudiada también por ambas disciplinas humanísticas o científicas, según sea su base de reflexión y desarrollo. En este sentido se relacionan mejor la cultura y la historia con la información y la comunicación de orden sistémico, cibernético, constructivista, si la Antropología y la Historia se mueven de las humanidades a la ciencia, y de ahí a las perspectivas más contemporáneas epistemológicas y metodológicas. Esto último parece ser el corazón de las diferencias, las semejanzas y las posibles relaciones. En tanto la cultura y la historia se miren desde las humanidades del siglo diecinueve, la relación con la información y la comunicación de finales del siglo veinte será difícil y en algunos casos incompatible. La hipótesis general aquí es que usando los mismos términos, las mismas palabras, aparecen distintas perspectivas de elaboración conceptual, distintos esquemas de construcción de la visión de lo social, y más allá. La Antropología y la Historia contemporáneas en método y epistemología de la Comunicología tenderán a mejor dialogar y a intercambiar información. Fuera de este escenario las dificultades aparecerán casi de inmediato, la abstracción de las perspectivas del siglo diecinueve tiene un orden semántico más apegado a versiones filosóficas o directamente ideológicas que no se comunican con visiones integradas de perspectivas antes separadas e incompatibles como las visiones críticas, dialécticas, metodológicas, científicas, sistémicas, más propias del siglo veinte en sus últimas décadas.
Cuarta. Comunicación e Información.
Como aparece en párrafos anteriores, este par de nociones tienen un umbral bajo y uno alto. En el bajo se relacionan con el sentido común, y su aporte es el que permite el lenguaje natural tradicional que carga de significado a ambos términos. Ese es en buena medida el uso que le dan a ambos ámbitos conceptuales las ciencias tradicionales de la comunicación, y la Antropología y la Historia. En tanto las perspectivas humanísticas de la comunicación y la información en la Antropología y la Historia, y las ensayísticas y periodísticas de las llamadas ciencias de la comunicación, se mueven hacia el mundo científico detonado en parte por el positivismo, el neopositivismo y el post-positivismo, los significados se vuelven operadores dentro de un sistema de representaciones que permite actuar con eficiencia y eficacia desde lo simple hasta lo complejo. La comunicación y la información tienen algunas cualidades que las separan de la cultura y la historia. La primera que sobresale es su capacidad de representación sistémica de mundos dinámicos, operación que suele ser complicada para las visiones de representaciones más estáticas. En un segundo lugar está su cualidad abstracta, que permite moverse entre diversos sistemas representados con una visión que los hace semejantes en configuración y movimiento, dentro de sus diferencias también concebidas en forma conceptual y metodológica semejante. Lo que está en el telón de fondo de las semejanzas y diferencias de los dos pares elementales presentados, la información y la comunicación y la historia y la cultura, es la visión desde la cual operan. Pertenecen a ámbitos constructivos distintos, y se organizan y desarrollan en ámbitos distintos. Cuando esas visiones se mueven hacia un ámbito epistemológico y metodológico compartido, las diferencias desaparecen, y las semejanzas cambian de connotación. El tiempo y el espacio están representados de forma distinta en esas visiones generales, epistemológicas, detrás de palabras, nociones y conceptos. La hipótesis simple es que el espacio humanístico no se mezcla con facilidad con el científico, y que cuando si sucede los resultados son de un orden de complejidad mayor. Los conceptos de información y comunicación permiten la construcción de un ámbito común de trayectorias separadas en el siglo diecinueve, como es el caso de la cultura y la historia.
Ámbitos de estudio y Programas de estudios. Espacios de relación entre lo diferente y lo semejante.
El estudio de la cultura es patrimonio de la ciencia antropológica. No siempre fue así. En cierto sentido se podría afirmar que esa hegemonía la comparte incluso con presencia minoritaria ante la tradición de las bellas artes y la alta cultura. Para decirlo con claridad, cuando se habla de cultura se organiza en general un discurso que tiene su curso genealógico en la figura de las bellas artes y la cultura de elite, configuración que bien puede ubicarse en el siglo diecinueve, pero necesita referentes aún más antiguos. La ciencia antropológica, el discurso científico sobre la cultura aún tiene un buen trecho que recorrer antes de estar al centro del sentido común cuando de cultura se habla. Y mientras esto sucede en un campo discursivo que se ha diversificado a lo largo del siglo veinte, aparece la Comunicología como un tercer operador que propone otra vertiente más. Y la noticia no es menor. Las llamadas ciencias de la comunicación a partir de la denominación sociológica crítica de las industrias culturales, ha desarrollado dentro del propio pensamiento crítico y sobre todo detrás de la Economía Política crítica, una propuesta sobre la cultura que poco a poco se ha convertido en el centro del discurso académico sobre el tema, con diversos puntos de vistas, pero con una consistencia que llama la atención sobre la importancia determinante de los medios de difusión para comprender la cultura, esa figura del siglo diecinueve, hoy en día.
Así que por lo menos tenemos tres grandes lugares desde los cuales se originan los discursos sobre la cultura hoy en día, la ciencia antropológica, la tradición humanística decimonónica y las llamadas ciencias de la comunicación. Por supuesto no son todas las voces que reclaman un lugar en la lucha campal sobre la definición de la cultura, pero son las que en principio aquí interesan para enfrentar el fenómeno de los llamados Estudios Culturales.
Primero. La Antropología y los Estudios Culturales.
Aquí se libra uno de los enfrentamientos más sugerentes en el nombrar a la cultura de los últimos veinte o treinta años. Como mencionamos antes la cultura es un espacio discursivo mucho más amplio que lo que la Antropología puede abarcar. Pero en el ámbito académico tiene una gran importancia. Los Estudios Culturales vinieron a ocupar un lugar que la Antropología no tenía, pero su relación con los conceptos, los métodos y las posturas antropológicas marcó un conflicto del cual no hay consecuencias graves, por lo menos no para los propios estudios Culturales o para el campo especializado en la cultura en lo general.
La Antropología emerge entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Es hacia la primera mitad del siglo pasado que se consolida, y tiene su mejor momento en esos años. Después es un campo organizado y mundial que vive de sus financiamientos oficiales y sus agentes promotores, primero a partir del espacio de las colonias europeas, y después desde la mirada de la clase dominante a las clases dominadas en los mundos urbanos y rurales de los propios países colonizadores, los posteriores países dominantes, llegando a los propios países colonizados y las visiones de sus estratos indígenas y clases dominadas propias. La etnografía es su instrumento básico, y su intención la búsqueda de la transparencia en los usos y costumbres de los grupos y actores sociales ante la mirada de sus clases dominantes. Por supuesto que hay Antropología alternativa, crítica, pero la figura básica del mundo antropológico es la de su sustrato de emergencia en la mirada del los países hegemónicos sobre las poblaciones de sus colonias. En eso estaba la Antropología hace treinta años cuando llegaron los Estudios Culturales.
Quizás no hubiera pasado nada interesante en la relación entre estos dos mundos si los Estudios Culturales sólo hubieran propuesto atender a un mundo emergente contemporáneo que la Antropología no estaba atendiendo. El mundo antropológico es tan conservador, como casi todo el mundo académico, que no hubiera percibido la presencia de su nuevo compañero de ruta en la observación de la cultura, salvo por la interpelación que realizan los Estudios Culturales y lo mal parada que queda la imagen de la ciencia de la cultura oficial.
Los Estudios Culturales miran al mundo contemporáneo en toda su efervescencia casi explosiva de la diversidad y la pluralidad. La Antropología está dedicada a buscar identidades y mundos homogéneos puros e impolutos. Mientras unos se fascinan por el efecto de la globalización y la emergencia de actores, prácticas y nuevos objetos y símbolos, la otra se siente más segura y tranquila haciendo un recuento una y otra vez del inventario de los vestigios del mundo antiguo en el presente. Parecería que tienen dos vocaciones completamente distintas, la Antropología es una defensora del pasado en el presente, los Estudios Culturales son promotores del futuro en la actualidad. Quizás eso no hubiera sido suficiente para marcar un conflicto, pero lo que sucedió es que los Estudios Culturales no dejaron tranquila a la majestuosa, pomposa y arrogante institución antropológica.
Los Estudios Culturales descalificaron a la Antropología y al mismo tiempo tomaron a la carta de su catálogo de dichos y formas lo que les pareció interesante para construir su propia mirada a lo cultural. La Antropología se sintió poco a poco interpelada, elaboró una defensa de su status, y continúo en su propio camino cuidando sus recursos y sus espacios ganados. Los Estudios Culturales han tenido problemas con su institucionalización, y cuando la han tenido ha sido muy semejante a la de la Antropología. El resultado es que en la actualidad se parecen mucho a lo que criticaron algún día, un status quo que se defiende, y que no cambia las fórmulas y gestos que le dieron el lugar ganado.
Segundo. Las Bellas Artes y los estudios sobre la cultura.
Las Bellas Artes son la figura más clara de la institucionalización de la cultura. En los ámbitos europeos y americanos el arte es la forma más clara de identificar y entender lo que es cultural y lo que no lo es. Es una genealogía de siglos, que tiene buena salud, y sigue promoviendo las mismas formas y manteniendo los mismos lugares, con algunas variantes. Los estudios sobre la cultura provenientes de este ámbito son nada científicos, en ese sentido tienen una enorme distancia de la Antropología o cualquiera otra opción científica sobre lo cultural. Lo suyo es el inventario y el prestigio. Cuando se estudia algo en el arte es para percibir la forma que se pretende mantener. Los Estudios Culturales también hacen ruido al mundo del arte.
El arte, como la cultura, también es un objeto de los Estudios Culturales. Sucede algo semejante que con la Antropología, en cierto sentido sus juicios y apreciaciones se parecen a los de las Bellas Artes, pero sus compromisos no son los mismos, y por tanto se salen del molde, por lo menos en su primera emergencia en el siglo veinte. Los Estudios Culturales reivindican al graffiti, a la pinta callejera, al fanzin, al mundo juvenil de barriadas y de sectores marginados, al tiempo que reconocen las diferencias de género, étnicas, y de todo tipo. Las expresiones artísticas que reconocen las Bellas Artes no coinciden con las que reconocen los Estudios Culturales. De nuevo la cualidad de la novedad y la emergencia de los actores, objetos y asuntos observados y legitimados en el discurso.
Y por otra parte está el público. Los Estudios Culturales se salen de las salas de arte y los palacios de la cultura, pero también los ocupan y los interpelan. Se mueven con soltura en diversos espacios sociales, lo que las Bellas Artes no pueden. Y la paradoja es que mucho de lo que ya hacían ciertos artistas y críticos de arte es cobijado y legitimado por los Estudios Culturales, en su postura de estar en todas partes y no permanecer atados a un lugar y una postura. Los Estudios Culturales son absolutamente contemporáneos y alternativos en este sentido.
Tercero. La Comunicología y los Estudios Culturales.
La tercera voz sobre la cultura, las llamadas ciencias de la comunicación, tienen un espacio de coincidencia muy grande con los Estudios Culturales, tanto que para muchos no hay una diferencia clara, son lo mismo. Ante esta percepción viene bien un poco de antecedentes. El campo académico de la comunicación tiene su emergencia en el siglo veinte, cuando más lejos en los Estados Unidos durante los años treinta y cuarenta, y en términos generales su emergencia masiva es hasta los años setenta y ochenta. El punto central en este apunte histórico es que lo que vincula al mundo académico de la comunicación con los Estudios Culturales es la tensión entre una muy emergente tradición y una aparente ruptura. El objeto de la centralización de las miradas académicas de la comunicación había sido en forma tradicional los medios masivos, primero, y las nuevas tecnologías de información y comunicación, después. Lo que descentra a este macro objeto casi absoluto son los Estudios Culturales. Y la paradoja es que la aparente ruptura parte del mismo centro del campo académico de la comunicación, los medios de difusión, pero mirados desde otras miradas y en relación a otros asuntos distintos a los tradicionales.
El mundo académico de la comunicación en apariencia tiene una fuerte tradición en su relación con los medios de difusión y las nuevas tecnologías de información y comunicación. Esta reciente tradición se había mantenido en la dialéctica entre los apocalípticos y los integrados, los defensores y los detractores de estos aparatos y configuradores claves para la cultura contemporánea. Cuando aparecen los Estudios Culturales el discurso bipolar de pro o contra los medios y la tecnología y sus efectos, se mueve de las relaciones directas entre las empresas, las industrias culturales, y los consumidores, hacia los contextos y las relaciones que esta nueva ecología social y humana promueve en diversos nichos y con diversos actores. Algo que era un asunto de mercado o de política, como audiencias segmentadas, se torna para los Estudios Culturales en un tema central de la construcción contemporánea de la vida social. De esta manera los jóvenes, las mujeres, las etnias, y todos los grupos particulares de la estructura social, se convierten en objetos de estudio privilegiado. Esto sucede en primer lugar por la vía del consumo, pero pronto se asocia a asuntos políticos y simbólicos, que antes sólo habían interesado a los antropólogos en el caso de los países colonizados o no occidentales. Y esto no es Antropología, esa ciencia sigue ocupada en sus agendas tradicionales, y son los Estudios Culturales los que ocupan este espacio dejado por la Antropología, y junto con algo que se puede llamar Sociología Cultural, promueven una agenda de estudio sobre la cultura en un sentido urbano, contemporáneo, diverso, plural. Y en mucho son las industrias culturales y los medios los que detonan esta situación, junto con las reivindicaciones políticas de sectores específicos de la sociedad hasta entonces parcial o totalmente invisibles para las ciencias sociales.
La cultura se pone al centro, la comunicación como transmisión de información a través de los medios, se transforma en configuración simbólica de nuevas identidades y prácticas sociales. Los Estudios Culturales y los estudios académicos sobre la comunicación social de nueva generación se unen en el mismo frente hasta casi confundirse del todo.
La Comunicología Histórica y los Estudios Culturales.
El proyecto de la Comunicología posible, que inicia su desarrollo en el año 2001, está dividido en dos partes. Por un lado la investigación histórica sobre las fuentes científicas del pensamiento sobre la comunicación, la Comunicología Histórica, y por otro lado la configuración de una Comunicología General a partir de una propuesta constructivista y sistémica, que proponga un fondo de pensamiento complejo sobre el asunto. El proyecto mira en forma programática hacia el pasado, en dos fases. Por una parte la Comunicología Histórica nace como tal, según esta hipótesis de trabajo, a partir de los años treinta o cuarenta del siglo veinte. Pero por otra parte las fuentes de su configuración oficial en el campo académico especializado tienen sus raíces genealógicas en la primera parte del siglo veinte, en todo el siglo diecinueve, e incluso en el nacimiento de la ciencia moderna en el siglo dieciocho. Una de esas genealogías es por supuesto el estudio y conceptualización de la cultura.
El proyecto de la Comunicología posible ensaya la configuración de una ciencia general de la comunicación, que de cuenta de todo tipo de fenómeno, incluyendo lo social y lo cultural. De ahí que en la dimensión histórica de sus antecedentes tome en consideración todo aporte científico que haya en algún momento hecho referencia a la comunicación, y por otra parte tome en cuenta todo lo que desde un punto de vista comunicológico se haya dicho sobre cualquier tema o asunto. Los Estudios Culturales son parte de ambos procesos de organización conceptual. Por una parte tienen su propia genealogía que enfoca temas que nombra como de comunicación social, y por otra parte forma parte de la historia de la Comunicología Histórica en el sentido que el campo académico de la comunicación asume a los Estudios Culturales como una manera de ver a sus objetos tradicionales, además de otros emergentes.
El proyecto de la Comunicología posible tiene una propuesta histórica del desarrollo del pensamiento en comunicación en etapas, una de las cuales corresponde a los Estudios Culturales. La historia inicia en los años treinta en los Estados Unidos de América, ahí aparecen los medios de difusión como el objeto privilegiado, a partir de diversas miradas como la ciencia política, la propaganda, la persuasión, la psicología social. Después de este claro nacimiento la cosa no vuelve a estar tan clara hasta la aparición de los Estudios Culturales en Inglaterra en los años sesenta. Lo cual hace suponer que a grandes rasgos la historia de la Comunicología Histórica podría dividirse en una primera etapa dedicada a los medios de difusión, donde la llamada “mass communication research” está al centro. Y una segunda etapa donde aparecen los estudios culturales ingleses, donde los medios siguen siendo de gran interés, pero el trasfondo de la construcción simbólica-discursiva de la sociedad adquiere una prioridad mayor. La Comunicología Histórica se mueve de la focalización casi exclusiva en los medios a la visión más general sobre lo social y cultural entorno al análisis de la ideología primero y de las configuraciones subjetivas simbólico-semióticas de los diversos actores y grupos sociales después.
En los Estados Unidos existen dos tradiciones en el campo académico de la comunicación, la que apunta a los medios y sus efectos, y la que apunta a la interacción social y sus efectos. De alguna manera los Estudios Culturales proponen integrar estas dos tradiciones en un solo frente de trabajo diversificado en temas y objetos, pero bajo una sola perspectiva. La noticia es buena y no tan buena. Los Estudios Culturales anglos trabajan a la carta, no tienen una configuración disciplinar ni metodológica estable. Pero se integran bajo la forma de una agenda que permite la diversidad de asuntos y objetos, bajo la perspectiva de que la cultura es lo importante. Digamos que el tránsito se da de la Sociología, la Ciencia Política y la Psicología a la Semiótica y la Antropología. Pero no es clara esta transición. La presencia de la ciencia en ambos escenarios no es sistemática, sino adecuada, selectiva. El campo de la comunicación no define un perfil nítido, se define por los objetos en los que se ocupa, y en tanto diversifica su atención se percibe a sí mismo enriquecido en composición y organización. Esto le adscribe su principal cualidad actual, la pluralidad de visiones, enfoques y temas, y la preferencia por objetos más que por perspectivas sistemáticas.
Este cuadro sintético de los estudios académicos en comunicación en los Estados Unidos sirve de referencia para observar lo que sucede en otros ámbitos. La presencia de los EE. UU. es muy grande a nivel global en el campo de la comunicación. Las dos asociaciones internacionales tienen una dirección muy clara proveniente de su campo nacional y regional. En el caso de la ICA (International Communication Asociation) la hegemonía es completa. Y en caso de la IAMCR (Internacional Asociation of Mass Communication Research) es compartida con países europeos. Como sea la agenda internacional sobre la comunicación ha sido dictada en buena medida por el mundo anglo. Lo que sucede en su percepción académica afecta de manera mediata o inmediata a todo el orbe.
El caso de América Latina es peculiar, el campo académico latinoamericano en comunicación nace en principio con el modelo del norteamericano, pero prácticamente desde un inicio busca rebelarse a esta sumisión mirando hacia Europa, o hacia otros campos académicos que se definen latinoamericanistas, como el caso de la Sociología crítica, o la Economía Política, también de referentes europeos casi en todos los casos. Es decir, nuestro campo académico latinoamericano en comunicación ha estado a través de su historia siempre construido por influencias extranjeras, en la tensión del campo político de izquierda y las coyunturas políticas regionales.
Los Estudios Culturales tienen un lugar especial en estas circunstancias. La comunicación académica en América Latina nace propiamente en los años sesenta, con el antecedente en los cincuenta de luchas perdidas por políticas de comunicación masiva más populares y sociales. El primer referente de la emergencia del campo es la lucha política y una mirada dirigida hacia el campo académico de la comunicación más organizado, el de los EE. UU. y el europeo. Los norteamericanos llevaban ventaja por una generación, era lógico mirar hacia ellos en primer lugar. Pero también eran los norteamericanos el origen de todo mal en la propaganda de izquierda propia de la guerra fría. La izquierda vence en el campo latinoamericano, por lo menos en sus organizaciones mayores, como la FELAFACS (Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social), y la ALAIC (Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación). Queda como resultado de este triunfo político el vacío en lo propiamente académico. El discurso triunfante se sustenta en fragmentos de discurso marxista, pero no era suficiente la postura contraria a los medios de difusión que representaran intereses capitalistas norteamericanos –la parte que le tocaba a la comunicación académica de la propaganda de la guerra fría- para sustentar en argumentos y visiones. En los años ochenta sucede algo que permite llenar ese vacío discursivo, aparece la figura de Jesús Martín Barbero. Lo que sucede entonces es un acontecimiento histórico. La Pedagogía salva a la Comunicología Histórica latinoamericana. El filósofo español-colombiano presenta una opción para la acción y el pensamiento en comunicación, que con un tono contestatario y en apariencia crítico, presenta una visión educativa de los medios y de los comunicadores. La América Latina de la izquierda política triunfante tiene un recurso más allá de la sola postura militante. Pero no mucho más.
Los Estudios Culturales se habían desarrollado en Europa y en EE. UU. desde los sesenta y los setenta. Para finales de los ochenta y principios de los noventa surge en América Latina la versión tropical a partir de las banderas que habían aparecido con las posturas de Martín Barbero. Los Estudios Culturales latinoamericanos son de izquierda, pero no tanto, son contestatarios, pero tan militantes. La perspectiva de la cultura permite moverse del dogmatismo ideológico del determinismo de lo político y lo económico hacia otro frente, más flexible, menos duro. Lo que sucede a partir de ahí es una nueva historia, la hegemonía de la elite del campo latinoamericano es culturalista, pero sigue siendo dogmática y contestataria. El movimiento hacia el siglo veintiuno es de apertura a nuevos aires, incluyendo la aparición de una revisión crítica de lo sucedido, y un aprendizaje urgente de todo lo dejado de lado en nombre de los valores absolutos de la izquierda. Ya no hay guerra fría, el contexto latinoamericano es otro, el futuro está abierto para la ciencia y la reflexión sistemática.
Como puede apreciarse los Estudios Culturales son muy importantes para el campo académico de la comunicación internacional y latinoamericano. En ese movimiento el contacto con el pensamiento teórico y metodológico sobre la cultura pasa por los Estudios Culturales anglos, la Antropología está fuera. La cultura llega a la Comunicología Histórica de nuestro subcontinente sin tocar a la Antropología ni a otras tradiciones humanísticas. El campo latinoamericano lee a la cultura desde su formación de izquierda militante, la cultura es importante por lo que representa la cultura popular, la cultura de las clases populares, la cultura de las clases sociales dominadas por el capitalismo internacional y sus versiones nacionales latinoamericanas. Esto marca su presencia en el mundo académico de la comunicación.
Mientras esto sucede en el mundo de la comunicación académica, en el mundo de la Antropología latinoamericana los Estudios Culturales son a penas percibidos, sus agendas no les permite percibir lo que esta pasando. Y vuelve a ser el accidente del movimiento de la izquierda lo que los hace aparecer en escena. Pero los antropólogos no tienen la misma situación que los comunicólogos, ellos están en franco enfrentamiento entre la Antropología que trabaja para las agencias del estado capitalista, y la Antropología que trabaja para la militancia de izquierda. En ese enfrentamiento aparecen los estudios urbanos, necesarios para la perspectiva de clase del marxismo y su revolución por el proletariado. En ese espacio llegan a habitar los Estudios Culturales, que son sobre lo urbano, tienen un color de izquierda, un discurso marxista alternativo al político-económico. Y los antropólogos se vuelven hacia los Estudios Culturales fascinados por su agenda, más rica en objetos y asuntos que la Antropología tradicional o la Antropología marxista. La cultura de los culturalistas es atractiva a los antropólogos marxistas fatigados por el dogmatismo. Pero tanto la Antropología oficial no politizada en apariencia, y la politizada de izquierda responden. Analizan las propuestas de los Estudios Culturales, y al no encontrarlas lo suficientemente científicas o militantes las descalifican de inmediato. No sucede mucho más, las ciencias sociales latinoamericanas no asimilan a los Estudios Culturales como lo hizo la Comunicología Histórica.
Abriendo la agenda de reflexión sobre la comunicación y la cultura.
La comunicación y la cultura tienen varias vetas genealógicas en su relación. Unas parten de las ciencias sociales, en particular de la Sociología y la Antropología, otras de la tradición de las Humanidades y de las Bellas Artes, otra es la de los Estudios Culturales. Quizás la otra genealogía no nombrada hasta ahora y que tiene un papel clave es la religiosa eclesiástica. Cada una de estas genealogías tiene una importancia particular, y es pertinente investigarlas para mejor entender su entramado y por tanto adquirir una mejor comprensión de lo que somos. De todas las genealogías la más evidente, por su presencia actual y su vigencia, es la de los Estudios Culturales. Quizás sería lo mejor iniciar por ella para ir incorporando las otras poco a poco en su desdoblamiento histórico.
Desde la perspectiva de la Comunicología posible los Estudios Culturales son claves para comprender la etapa reciente de la Comunicología Histórica. Y por otra parte son necesarios para la construcción de una Comunicología General aún por construir. En ese camino aparecen dos sendas, una que nos lleva hacia el pasado y al reconocimiento de las fuentes y los momentos de lo que antecede a lo que ha sucedido en las últimas dos décadas, y otra que nos lleva hacia el futuro, en la necesidad de buscar más fondo en esas fuentes y en otras para enriquecer esta relación así conformada entre la comunicación y la cultura.
Hay algo más que agregar antes de terminar por el momento este ensayo. La comunicación y la cultura son muy cercanas desde cierto punto de vista, las genealogías así lo señalan, pero son incluso contrapuestas desde otros puntos de vista, las visiones sistémicas más contemporáneas así lo muestran. Así que ambas caras de la moneda vienen bien para tener un cuadro completo del asunto. Por una parte lo que nos llevaría a una mejor asociación conceptual constructiva entre las genealogías de ambos campos discursivos. Y por otra parte lo que nos llevaría a una negación de la genealogía general de la cultura por una afirmación que la niega y la supera en complejidad y posibilidades analíticas y constructivas en la comunicación. Los dos movimientos son simultáneos y complementarios, es de esperar que ofrezcan buenos frutos en un futuro cercano.
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Jesús Galindo Cáceres
Doctor en Ciencias Sociales, maestro en Lingüística y licenciado en comunicación. Fundador del doctorado en comunicación de la Universidad Veracruzana (2001). Autor de 23 libros y más de doscientos artículos publicados en trece países de América y Europa. Profesor en Argentina, Brasil, Colombia, Perú, España y México. Miembro de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC) desde 1982. Miembro del Programa de Estudios sobre las Culturas Contemporáneas (Programa Cultura) desde 1985. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (SNI-CONACYT) desde 1987. Coordinador del Grupo de Acción en Cultura de Investigación (GACI) desde 1994. Miembro de la Red Cibercultura y Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación (RECIBER) desde 2003. Promotor de la Red de estudios en teoría de la comunicación (REDECOM) y del Grupo hacia una Comunicología posible (GUCOM) desde 2003. http://www.geocities.com/comunicologia_posible
COMUNICOLOGÍA, COMUNICACIÓN Y CULTURA. ExploraciÓn histÓrica de dos conceptos centrales en el trÁnsito del siglo XX al siglo XXI.
Por Jesús GalindoNúmero 66
Resumen. El texto se divide en cinco partes. En la primera “Explorando algunas imágenes e ideas sobre los conceptos involucrados”, se presentan las categorías que históricamente están asociadas al movimiento conceptual que aquí interesa, la cultura, la comunicación, la historia y la información. En la segunda “Ámbitos de estudio y Programas de estudio. Espacios de relación entre lo diferente y lo semejante”, se presentan los tres programas de estudio básicos asociados a la relaciones categoriales exploradas en la primera parte, la Antropología y los Estudios Culturales, las Bellas Artes y los estudios sobre la cultural, y la Comunicología y los Estudios Culturales. En la tercera parte “La Comunicología Histórica y los Estudios Culturales”, se presenta un apunte de la historia de la Comunicología asociada a los Estudios Culturales. En la cuarta “Abriendo la agenda de reflexión sobre la comunicación y la cultura”, se presenta un apunte analítico sobre esta relación central desde el punto de vista del proyecto Hacia una Comunicología posible, del GUCOM. Y en la quinta se presenta una bibliografía seleccionada para complementar el contenido del texto.
Palabras clave. Comunicación, Cultura, Comunicología, Estudios Culturales, Historia.
Explorando algunas imágenes e ideas sobre los conceptos involucrados.
El tema de los estudios culturales y la comunicación pasa por un proceso que involucra dos fenómenos simultáneos. Por una parte la matriz conceptual sobre lo social-simbólico que venía desarrollándose desde el siglo XIX, sobre la cultura y la historia, entra en crisis por diversos motivos, tanto internos como externos, así como por su sensible interacción. Y por otra parte aparece la figura de algo que puede considerarse una matriz emergente en formación, que atiende en forma directa los asuntos con los cuales tiene dificultades la otra matriz, la decimonónica, que se organiza en forma algo distinta a aquella, la matriz oficial, aparece la información y la comunicación. Dos movimientos simultáneos, contemporáneos. De su encuentro y relación hemos sido testigos durante los últimos cuarenta o cincuenta años, sobre todo los últimos veinticinco. Los dos movimientos siguen en proceso, y ya estamos en un nuevo siglo. ¿Qué sucederá? ¿Cuál es la situación actual? ¿Por qué es importante esta situación?
Para iniciar una exploración general del asunto, empezaremos en este primer apartado por una breve observación sobre las relaciones posibles y actuales de los conceptos básicos involucrados. Los conceptos involucrados, que serán tomados aquí como nociones y visiones, son la comunicación, la cultura, la historia y la información. De sus posibles relaciones hemos elegido las que se presentan en pares, por lo tanto son cuatro las relaciones por explorar, las básicas compuestas, la de comunicación y cultura y la de información e historia, y las elementales, la de cultura e historia y la de comunicación e información.
Primera. Comunicación y Cultura.
Esta es una relación que se presenta en el centro del tema que nos ocupa. La figura conceptual de la cultura se configura para nuestra época en el siglo diecinueve. Esta ordenada entre la connotación de clase de la alta cultura, muy cargada de referencias al arte como actividad elitista, y la percepción antropológica de toda forma simbólica como rasgo cultural. La cultura está asociada por tanto al refinamiento de lenguajes y formas expresivas, y a la relación taxonómica de todo asunto y objeto con nombre. La cultura se parece más a la información que a la comunicación. Suele referirse más a elementos de composición que a relaciones o interacciones de conformación, como es el caso de la comunicación. La cultura busca asociar ciertos rasgos con ciertos actores o lugares, depende mucho de un fondo de lectura e interpretación en su origen con referentes nacionalistas y de identidades cerradas. La comunicación por su parte viene del sentido asociado a la conversación y las relaciones interpersonales, se encumbra con la llamada comunicación masiva y la emergencia de las llamadas tecnologías de información y comunicación, y se mueve con lentitud y urgencia hacia un status conceptual sistémico y abstracto, que permite percibir a todo movimiento de relaciones, desde las físico-químicas hasta las sociales y culturales. En este momento la cultura aparece muy asociada a contenidos e identidades y la comunicación a formas y relaciones. Existen dos visiones elementales de su relación, una que la mira desde el siglo diecinueve y las humanidades, donde la comunicación es un componente dinámico de la más estática cultura, y otra, que la mira desde el siglo veinte y la ciencia, donde la cultura es una forma más que puede observarse desde la comunicación, figura más abstracta y metodológica.
Segunda. Información e Historia.
Este par tiene parecidos y diferencias interesantes. En el parecido aparece en primer lugar la figura del dato, que es muy importante para historia, y que se relaciona en forma directa con la información. Aquí sucede algo semejante que en el par anterior, en la historia se supone que la información es un recurso, y que ella está hecha de algo más. Lo que pasa es que desde el punto de vista de la información, la historia es también una configuración de información, y lo más que puede negociar con la primera visión de la historia es presentando varios niveles de configuración de información, de elementos de novedad sobre elementos convencionales. Así que el problema vuelve a ser de visión general, se podría afirmar que epistemológico. La figura de la historia es un sistema cerrado de información, que se define por un objeto propio, o quizás, ya en una visión compleja, como una perspectiva sobre el tiempo y el espacio. La información también tiene un umbral inferior que la reduce a datos, a frases, a unidades de representación. Pero también tiene un umbral superior, donde las unidades de representación se configuran en sistemas, y los sistemas de información en el centro del orden cosmológico de todo. Así que parece ser que el nivel de abstracción muestra aquí también la diferencia básica. La historia se mueve en un contexto cerrado de información, desde el cual se puede relacionar con otros. La información puede ser la figura central de todo orden de representación y de acción. Desde una perspectiva una es el insumo de la otra, desde otra perspectiva la historia es una forma más de los sistemas de información.
Tercera. Cultura e Historia.
Esta pareja tiene una trayectoria común a lo largo del siglo veinte y sus antecedentes en el siglo diecinueve y antes. Su primera diferencia es disciplinar, de la cultura se ocupa en general la Antropología, y de la historia una propuesta con el mismo nombre. La división de tareas carga más a la Antropología al presente y a la Historia al pasado. Pero también la cultura puede ser estudiada por la Antropología y la Historia, y la historia puede ser estudiada también por ambas disciplinas humanísticas o científicas, según sea su base de reflexión y desarrollo. En este sentido se relacionan mejor la cultura y la historia con la información y la comunicación de orden sistémico, cibernético, constructivista, si la Antropología y la Historia se mueven de las humanidades a la ciencia, y de ahí a las perspectivas más contemporáneas epistemológicas y metodológicas. Esto último parece ser el corazón de las diferencias, las semejanzas y las posibles relaciones. En tanto la cultura y la historia se miren desde las humanidades del siglo diecinueve, la relación con la información y la comunicación de finales del siglo veinte será difícil y en algunos casos incompatible. La hipótesis general aquí es que usando los mismos términos, las mismas palabras, aparecen distintas perspectivas de elaboración conceptual, distintos esquemas de construcción de la visión de lo social, y más allá. La Antropología y la Historia contemporáneas en método y epistemología de la Comunicología tenderán a mejor dialogar y a intercambiar información. Fuera de este escenario las dificultades aparecerán casi de inmediato, la abstracción de las perspectivas del siglo diecinueve tiene un orden semántico más apegado a versiones filosóficas o directamente ideológicas que no se comunican con visiones integradas de perspectivas antes separadas e incompatibles como las visiones críticas, dialécticas, metodológicas, científicas, sistémicas, más propias del siglo veinte en sus últimas décadas.
Cuarta. Comunicación e Información.
Como aparece en párrafos anteriores, este par de nociones tienen un umbral bajo y uno alto. En el bajo se relacionan con el sentido común, y su aporte es el que permite el lenguaje natural tradicional que carga de significado a ambos términos. Ese es en buena medida el uso que le dan a ambos ámbitos conceptuales las ciencias tradicionales de la comunicación, y la Antropología y la Historia. En tanto las perspectivas humanísticas de la comunicación y la información en la Antropología y la Historia, y las ensayísticas y periodísticas de las llamadas ciencias de la comunicación, se mueven hacia el mundo científico detonado en parte por el positivismo, el neopositivismo y el post-positivismo, los significados se vuelven operadores dentro de un sistema de representaciones que permite actuar con eficiencia y eficacia desde lo simple hasta lo complejo. La comunicación y la información tienen algunas cualidades que las separan de la cultura y la historia. La primera que sobresale es su capacidad de representación sistémica de mundos dinámicos, operación que suele ser complicada para las visiones de representaciones más estáticas. En un segundo lugar está su cualidad abstracta, que permite moverse entre diversos sistemas representados con una visión que los hace semejantes en configuración y movimiento, dentro de sus diferencias también concebidas en forma conceptual y metodológica semejante. Lo que está en el telón de fondo de las semejanzas y diferencias de los dos pares elementales presentados, la información y la comunicación y la historia y la cultura, es la visión desde la cual operan. Pertenecen a ámbitos constructivos distintos, y se organizan y desarrollan en ámbitos distintos. Cuando esas visiones se mueven hacia un ámbito epistemológico y metodológico compartido, las diferencias desaparecen, y las semejanzas cambian de connotación. El tiempo y el espacio están representados de forma distinta en esas visiones generales, epistemológicas, detrás de palabras, nociones y conceptos. La hipótesis simple es que el espacio humanístico no se mezcla con facilidad con el científico, y que cuando si sucede los resultados son de un orden de complejidad mayor. Los conceptos de información y comunicación permiten la construcción de un ámbito común de trayectorias separadas en el siglo diecinueve, como es el caso de la cultura y la historia.
Ámbitos de estudio y Programas de estudios. Espacios de relación entre lo diferente y lo semejante.
El estudio de la cultura es patrimonio de la ciencia antropológica. No siempre fue así. En cierto sentido se podría afirmar que esa hegemonía la comparte incluso con presencia minoritaria ante la tradición de las bellas artes y la alta cultura. Para decirlo con claridad, cuando se habla de cultura se organiza en general un discurso que tiene su curso genealógico en la figura de las bellas artes y la cultura de elite, configuración que bien puede ubicarse en el siglo diecinueve, pero necesita referentes aún más antiguos. La ciencia antropológica, el discurso científico sobre la cultura aún tiene un buen trecho que recorrer antes de estar al centro del sentido común cuando de cultura se habla. Y mientras esto sucede en un campo discursivo que se ha diversificado a lo largo del siglo veinte, aparece la Comunicología como un tercer operador que propone otra vertiente más. Y la noticia no es menor. Las llamadas ciencias de la comunicación a partir de la denominación sociológica crítica de las industrias culturales, ha desarrollado dentro del propio pensamiento crítico y sobre todo detrás de la Economía Política crítica, una propuesta sobre la cultura que poco a poco se ha convertido en el centro del discurso académico sobre el tema, con diversos puntos de vistas, pero con una consistencia que llama la atención sobre la importancia determinante de los medios de difusión para comprender la cultura, esa figura del siglo diecinueve, hoy en día.
Así que por lo menos tenemos tres grandes lugares desde los cuales se originan los discursos sobre la cultura hoy en día, la ciencia antropológica, la tradición humanística decimonónica y las llamadas ciencias de la comunicación. Por supuesto no son todas las voces que reclaman un lugar en la lucha campal sobre la definición de la cultura, pero son las que en principio aquí interesan para enfrentar el fenómeno de los llamados Estudios Culturales.
Primero. La Antropología y los Estudios Culturales.
Aquí se libra uno de los enfrentamientos más sugerentes en el nombrar a la cultura de los últimos veinte o treinta años. Como mencionamos antes la cultura es un espacio discursivo mucho más amplio que lo que la Antropología puede abarcar. Pero en el ámbito académico tiene una gran importancia. Los Estudios Culturales vinieron a ocupar un lugar que la Antropología no tenía, pero su relación con los conceptos, los métodos y las posturas antropológicas marcó un conflicto del cual no hay consecuencias graves, por lo menos no para los propios estudios Culturales o para el campo especializado en la cultura en lo general.
La Antropología emerge entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Es hacia la primera mitad del siglo pasado que se consolida, y tiene su mejor momento en esos años. Después es un campo organizado y mundial que vive de sus financiamientos oficiales y sus agentes promotores, primero a partir del espacio de las colonias europeas, y después desde la mirada de la clase dominante a las clases dominadas en los mundos urbanos y rurales de los propios países colonizadores, los posteriores países dominantes, llegando a los propios países colonizados y las visiones de sus estratos indígenas y clases dominadas propias. La etnografía es su instrumento básico, y su intención la búsqueda de la transparencia en los usos y costumbres de los grupos y actores sociales ante la mirada de sus clases dominantes. Por supuesto que hay Antropología alternativa, crítica, pero la figura básica del mundo antropológico es la de su sustrato de emergencia en la mirada del los países hegemónicos sobre las poblaciones de sus colonias. En eso estaba la Antropología hace treinta años cuando llegaron los Estudios Culturales.
Quizás no hubiera pasado nada interesante en la relación entre estos dos mundos si los Estudios Culturales sólo hubieran propuesto atender a un mundo emergente contemporáneo que la Antropología no estaba atendiendo. El mundo antropológico es tan conservador, como casi todo el mundo académico, que no hubiera percibido la presencia de su nuevo compañero de ruta en la observación de la cultura, salvo por la interpelación que realizan los Estudios Culturales y lo mal parada que queda la imagen de la ciencia de la cultura oficial.
Los Estudios Culturales miran al mundo contemporáneo en toda su efervescencia casi explosiva de la diversidad y la pluralidad. La Antropología está dedicada a buscar identidades y mundos homogéneos puros e impolutos. Mientras unos se fascinan por el efecto de la globalización y la emergencia de actores, prácticas y nuevos objetos y símbolos, la otra se siente más segura y tranquila haciendo un recuento una y otra vez del inventario de los vestigios del mundo antiguo en el presente. Parecería que tienen dos vocaciones completamente distintas, la Antropología es una defensora del pasado en el presente, los Estudios Culturales son promotores del futuro en la actualidad. Quizás eso no hubiera sido suficiente para marcar un conflicto, pero lo que sucedió es que los Estudios Culturales no dejaron tranquila a la majestuosa, pomposa y arrogante institución antropológica.
Los Estudios Culturales descalificaron a la Antropología y al mismo tiempo tomaron a la carta de su catálogo de dichos y formas lo que les pareció interesante para construir su propia mirada a lo cultural. La Antropología se sintió poco a poco interpelada, elaboró una defensa de su status, y continúo en su propio camino cuidando sus recursos y sus espacios ganados. Los Estudios Culturales han tenido problemas con su institucionalización, y cuando la han tenido ha sido muy semejante a la de la Antropología. El resultado es que en la actualidad se parecen mucho a lo que criticaron algún día, un status quo que se defiende, y que no cambia las fórmulas y gestos que le dieron el lugar ganado.
Segundo. Las Bellas Artes y los estudios sobre la cultura.
Las Bellas Artes son la figura más clara de la institucionalización de la cultura. En los ámbitos europeos y americanos el arte es la forma más clara de identificar y entender lo que es cultural y lo que no lo es. Es una genealogía de siglos, que tiene buena salud, y sigue promoviendo las mismas formas y manteniendo los mismos lugares, con algunas variantes. Los estudios sobre la cultura provenientes de este ámbito son nada científicos, en ese sentido tienen una enorme distancia de la Antropología o cualquiera otra opción científica sobre lo cultural. Lo suyo es el inventario y el prestigio. Cuando se estudia algo en el arte es para percibir la forma que se pretende mantener. Los Estudios Culturales también hacen ruido al mundo del arte.
El arte, como la cultura, también es un objeto de los Estudios Culturales. Sucede algo semejante que con la Antropología, en cierto sentido sus juicios y apreciaciones se parecen a los de las Bellas Artes, pero sus compromisos no son los mismos, y por tanto se salen del molde, por lo menos en su primera emergencia en el siglo veinte. Los Estudios Culturales reivindican al graffiti, a la pinta callejera, al fanzin, al mundo juvenil de barriadas y de sectores marginados, al tiempo que reconocen las diferencias de género, étnicas, y de todo tipo. Las expresiones artísticas que reconocen las Bellas Artes no coinciden con las que reconocen los Estudios Culturales. De nuevo la cualidad de la novedad y la emergencia de los actores, objetos y asuntos observados y legitimados en el discurso.
Y por otra parte está el público. Los Estudios Culturales se salen de las salas de arte y los palacios de la cultura, pero también los ocupan y los interpelan. Se mueven con soltura en diversos espacios sociales, lo que las Bellas Artes no pueden. Y la paradoja es que mucho de lo que ya hacían ciertos artistas y críticos de arte es cobijado y legitimado por los Estudios Culturales, en su postura de estar en todas partes y no permanecer atados a un lugar y una postura. Los Estudios Culturales son absolutamente contemporáneos y alternativos en este sentido.
Tercero. La Comunicología y los Estudios Culturales.
La tercera voz sobre la cultura, las llamadas ciencias de la comunicación, tienen un espacio de coincidencia muy grande con los Estudios Culturales, tanto que para muchos no hay una diferencia clara, son lo mismo. Ante esta percepción viene bien un poco de antecedentes. El campo académico de la comunicación tiene su emergencia en el siglo veinte, cuando más lejos en los Estados Unidos durante los años treinta y cuarenta, y en términos generales su emergencia masiva es hasta los años setenta y ochenta. El punto central en este apunte histórico es que lo que vincula al mundo académico de la comunicación con los Estudios Culturales es la tensión entre una muy emergente tradición y una aparente ruptura. El objeto de la centralización de las miradas académicas de la comunicación había sido en forma tradicional los medios masivos, primero, y las nuevas tecnologías de información y comunicación, después. Lo que descentra a este macro objeto casi absoluto son los Estudios Culturales. Y la paradoja es que la aparente ruptura parte del mismo centro del campo académico de la comunicación, los medios de difusión, pero mirados desde otras miradas y en relación a otros asuntos distintos a los tradicionales.
El mundo académico de la comunicación en apariencia tiene una fuerte tradición en su relación con los medios de difusión y las nuevas tecnologías de información y comunicación. Esta reciente tradición se había mantenido en la dialéctica entre los apocalípticos y los integrados, los defensores y los detractores de estos aparatos y configuradores claves para la cultura contemporánea. Cuando aparecen los Estudios Culturales el discurso bipolar de pro o contra los medios y la tecnología y sus efectos, se mueve de las relaciones directas entre las empresas, las industrias culturales, y los consumidores, hacia los contextos y las relaciones que esta nueva ecología social y humana promueve en diversos nichos y con diversos actores. Algo que era un asunto de mercado o de política, como audiencias segmentadas, se torna para los Estudios Culturales en un tema central de la construcción contemporánea de la vida social. De esta manera los jóvenes, las mujeres, las etnias, y todos los grupos particulares de la estructura social, se convierten en objetos de estudio privilegiado. Esto sucede en primer lugar por la vía del consumo, pero pronto se asocia a asuntos políticos y simbólicos, que antes sólo habían interesado a los antropólogos en el caso de los países colonizados o no occidentales. Y esto no es Antropología, esa ciencia sigue ocupada en sus agendas tradicionales, y son los Estudios Culturales los que ocupan este espacio dejado por la Antropología, y junto con algo que se puede llamar Sociología Cultural, promueven una agenda de estudio sobre la cultura en un sentido urbano, contemporáneo, diverso, plural. Y en mucho son las industrias culturales y los medios los que detonan esta situación, junto con las reivindicaciones políticas de sectores específicos de la sociedad hasta entonces parcial o totalmente invisibles para las ciencias sociales.
La cultura se pone al centro, la comunicación como transmisión de información a través de los medios, se transforma en configuración simbólica de nuevas identidades y prácticas sociales. Los Estudios Culturales y los estudios académicos sobre la comunicación social de nueva generación se unen en el mismo frente hasta casi confundirse del todo.
La Comunicología Histórica y los Estudios Culturales.
El proyecto de la Comunicología posible, que inicia su desarrollo en el año 2001, está dividido en dos partes. Por un lado la investigación histórica sobre las fuentes científicas del pensamiento sobre la comunicación, la Comunicología Histórica, y por otro lado la configuración de una Comunicología General a partir de una propuesta constructivista y sistémica, que proponga un fondo de pensamiento complejo sobre el asunto. El proyecto mira en forma programática hacia el pasado, en dos fases. Por una parte la Comunicología Histórica nace como tal, según esta hipótesis de trabajo, a partir de los años treinta o cuarenta del siglo veinte. Pero por otra parte las fuentes de su configuración oficial en el campo académico especializado tienen sus raíces genealógicas en la primera parte del siglo veinte, en todo el siglo diecinueve, e incluso en el nacimiento de la ciencia moderna en el siglo dieciocho. Una de esas genealogías es por supuesto el estudio y conceptualización de la cultura.
El proyecto de la Comunicología posible ensaya la configuración de una ciencia general de la comunicación, que de cuenta de todo tipo de fenómeno, incluyendo lo social y lo cultural. De ahí que en la dimensión histórica de sus antecedentes tome en consideración todo aporte científico que haya en algún momento hecho referencia a la comunicación, y por otra parte tome en cuenta todo lo que desde un punto de vista comunicológico se haya dicho sobre cualquier tema o asunto. Los Estudios Culturales son parte de ambos procesos de organización conceptual. Por una parte tienen su propia genealogía que enfoca temas que nombra como de comunicación social, y por otra parte forma parte de la historia de la Comunicología Histórica en el sentido que el campo académico de la comunicación asume a los Estudios Culturales como una manera de ver a sus objetos tradicionales, además de otros emergentes.
El proyecto de la Comunicología posible tiene una propuesta histórica del desarrollo del pensamiento en comunicación en etapas, una de las cuales corresponde a los Estudios Culturales. La historia inicia en los años treinta en los Estados Unidos de América, ahí aparecen los medios de difusión como el objeto privilegiado, a partir de diversas miradas como la ciencia política, la propaganda, la persuasión, la psicología social. Después de este claro nacimiento la cosa no vuelve a estar tan clara hasta la aparición de los Estudios Culturales en Inglaterra en los años sesenta. Lo cual hace suponer que a grandes rasgos la historia de la Comunicología Histórica podría dividirse en una primera etapa dedicada a los medios de difusión, donde la llamada “mass communication research” está al centro. Y una segunda etapa donde aparecen los estudios culturales ingleses, donde los medios siguen siendo de gran interés, pero el trasfondo de la construcción simbólica-discursiva de la sociedad adquiere una prioridad mayor. La Comunicología Histórica se mueve de la focalización casi exclusiva en los medios a la visión más general sobre lo social y cultural entorno al análisis de la ideología primero y de las configuraciones subjetivas simbólico-semióticas de los diversos actores y grupos sociales después.
En los Estados Unidos existen dos tradiciones en el campo académico de la comunicación, la que apunta a los medios y sus efectos, y la que apunta a la interacción social y sus efectos. De alguna manera los Estudios Culturales proponen integrar estas dos tradiciones en un solo frente de trabajo diversificado en temas y objetos, pero bajo una sola perspectiva. La noticia es buena y no tan buena. Los Estudios Culturales anglos trabajan a la carta, no tienen una configuración disciplinar ni metodológica estable. Pero se integran bajo la forma de una agenda que permite la diversidad de asuntos y objetos, bajo la perspectiva de que la cultura es lo importante. Digamos que el tránsito se da de la Sociología, la Ciencia Política y la Psicología a la Semiótica y la Antropología. Pero no es clara esta transición. La presencia de la ciencia en ambos escenarios no es sistemática, sino adecuada, selectiva. El campo de la comunicación no define un perfil nítido, se define por los objetos en los que se ocupa, y en tanto diversifica su atención se percibe a sí mismo enriquecido en composición y organización. Esto le adscribe su principal cualidad actual, la pluralidad de visiones, enfoques y temas, y la preferencia por objetos más que por perspectivas sistemáticas.
Este cuadro sintético de los estudios académicos en comunicación en los Estados Unidos sirve de referencia para observar lo que sucede en otros ámbitos. La presencia de los EE. UU. es muy grande a nivel global en el campo de la comunicación. Las dos asociaciones internacionales tienen una dirección muy clara proveniente de su campo nacional y regional. En el caso de la ICA (International Communication Asociation) la hegemonía es completa. Y en caso de la IAMCR (Internacional Asociation of Mass Communication Research) es compartida con países europeos. Como sea la agenda internacional sobre la comunicación ha sido dictada en buena medida por el mundo anglo. Lo que sucede en su percepción académica afecta de manera mediata o inmediata a todo el orbe.
El caso de América Latina es peculiar, el campo académico latinoamericano en comunicación nace en principio con el modelo del norteamericano, pero prácticamente desde un inicio busca rebelarse a esta sumisión mirando hacia Europa, o hacia otros campos académicos que se definen latinoamericanistas, como el caso de la Sociología crítica, o la Economía Política, también de referentes europeos casi en todos los casos. Es decir, nuestro campo académico latinoamericano en comunicación ha estado a través de su historia siempre construido por influencias extranjeras, en la tensión del campo político de izquierda y las coyunturas políticas regionales.
Los Estudios Culturales tienen un lugar especial en estas circunstancias. La comunicación académica en América Latina nace propiamente en los años sesenta, con el antecedente en los cincuenta de luchas perdidas por políticas de comunicación masiva más populares y sociales. El primer referente de la emergencia del campo es la lucha política y una mirada dirigida hacia el campo académico de la comunicación más organizado, el de los EE. UU. y el europeo. Los norteamericanos llevaban ventaja por una generación, era lógico mirar hacia ellos en primer lugar. Pero también eran los norteamericanos el origen de todo mal en la propaganda de izquierda propia de la guerra fría. La izquierda vence en el campo latinoamericano, por lo menos en sus organizaciones mayores, como la FELAFACS (Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social), y la ALAIC (Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación). Queda como resultado de este triunfo político el vacío en lo propiamente académico. El discurso triunfante se sustenta en fragmentos de discurso marxista, pero no era suficiente la postura contraria a los medios de difusión que representaran intereses capitalistas norteamericanos –la parte que le tocaba a la comunicación académica de la propaganda de la guerra fría- para sustentar en argumentos y visiones. En los años ochenta sucede algo que permite llenar ese vacío discursivo, aparece la figura de Jesús Martín Barbero. Lo que sucede entonces es un acontecimiento histórico. La Pedagogía salva a la Comunicología Histórica latinoamericana. El filósofo español-colombiano presenta una opción para la acción y el pensamiento en comunicación, que con un tono contestatario y en apariencia crítico, presenta una visión educativa de los medios y de los comunicadores. La América Latina de la izquierda política triunfante tiene un recurso más allá de la sola postura militante. Pero no mucho más.
Los Estudios Culturales se habían desarrollado en Europa y en EE. UU. desde los sesenta y los setenta. Para finales de los ochenta y principios de los noventa surge en América Latina la versión tropical a partir de las banderas que habían aparecido con las posturas de Martín Barbero. Los Estudios Culturales latinoamericanos son de izquierda, pero no tanto, son contestatarios, pero tan militantes. La perspectiva de la cultura permite moverse del dogmatismo ideológico del determinismo de lo político y lo económico hacia otro frente, más flexible, menos duro. Lo que sucede a partir de ahí es una nueva historia, la hegemonía de la elite del campo latinoamericano es culturalista, pero sigue siendo dogmática y contestataria. El movimiento hacia el siglo veintiuno es de apertura a nuevos aires, incluyendo la aparición de una revisión crítica de lo sucedido, y un aprendizaje urgente de todo lo dejado de lado en nombre de los valores absolutos de la izquierda. Ya no hay guerra fría, el contexto latinoamericano es otro, el futuro está abierto para la ciencia y la reflexión sistemática.
Como puede apreciarse los Estudios Culturales son muy importantes para el campo académico de la comunicación internacional y latinoamericano. En ese movimiento el contacto con el pensamiento teórico y metodológico sobre la cultura pasa por los Estudios Culturales anglos, la Antropología está fuera. La cultura llega a la Comunicología Histórica de nuestro subcontinente sin tocar a la Antropología ni a otras tradiciones humanísticas. El campo latinoamericano lee a la cultura desde su formación de izquierda militante, la cultura es importante por lo que representa la cultura popular, la cultura de las clases populares, la cultura de las clases sociales dominadas por el capitalismo internacional y sus versiones nacionales latinoamericanas. Esto marca su presencia en el mundo académico de la comunicación.
Mientras esto sucede en el mundo de la comunicación académica, en el mundo de la Antropología latinoamericana los Estudios Culturales son a penas percibidos, sus agendas no les permite percibir lo que esta pasando. Y vuelve a ser el accidente del movimiento de la izquierda lo que los hace aparecer en escena. Pero los antropólogos no tienen la misma situación que los comunicólogos, ellos están en franco enfrentamiento entre la Antropología que trabaja para las agencias del estado capitalista, y la Antropología que trabaja para la militancia de izquierda. En ese enfrentamiento aparecen los estudios urbanos, necesarios para la perspectiva de clase del marxismo y su revolución por el proletariado. En ese espacio llegan a habitar los Estudios Culturales, que son sobre lo urbano, tienen un color de izquierda, un discurso marxista alternativo al político-económico. Y los antropólogos se vuelven hacia los Estudios Culturales fascinados por su agenda, más rica en objetos y asuntos que la Antropología tradicional o la Antropología marxista. La cultura de los culturalistas es atractiva a los antropólogos marxistas fatigados por el dogmatismo. Pero tanto la Antropología oficial no politizada en apariencia, y la politizada de izquierda responden. Analizan las propuestas de los Estudios Culturales, y al no encontrarlas lo suficientemente científicas o militantes las descalifican de inmediato. No sucede mucho más, las ciencias sociales latinoamericanas no asimilan a los Estudios Culturales como lo hizo la Comunicología Histórica.
Abriendo la agenda de reflexión sobre la comunicación y la cultura.
La comunicación y la cultura tienen varias vetas genealógicas en su relación. Unas parten de las ciencias sociales, en particular de la Sociología y la Antropología, otras de la tradición de las Humanidades y de las Bellas Artes, otra es la de los Estudios Culturales. Quizás la otra genealogía no nombrada hasta ahora y que tiene un papel clave es la religiosa eclesiástica. Cada una de estas genealogías tiene una importancia particular, y es pertinente investigarlas para mejor entender su entramado y por tanto adquirir una mejor comprensión de lo que somos. De todas las genealogías la más evidente, por su presencia actual y su vigencia, es la de los Estudios Culturales. Quizás sería lo mejor iniciar por ella para ir incorporando las otras poco a poco en su desdoblamiento histórico.
Desde la perspectiva de la Comunicología posible los Estudios Culturales son claves para comprender la etapa reciente de la Comunicología Histórica. Y por otra parte son necesarios para la construcción de una Comunicología General aún por construir. En ese camino aparecen dos sendas, una que nos lleva hacia el pasado y al reconocimiento de las fuentes y los momentos de lo que antecede a lo que ha sucedido en las últimas dos décadas, y otra que nos lleva hacia el futuro, en la necesidad de buscar más fondo en esas fuentes y en otras para enriquecer esta relación así conformada entre la comunicación y la cultura.
Hay algo más que agregar antes de terminar por el momento este ensayo. La comunicación y la cultura son muy cercanas desde cierto punto de vista, las genealogías así lo señalan, pero son incluso contrapuestas desde otros puntos de vista, las visiones sistémicas más contemporáneas así lo muestran. Así que ambas caras de la moneda vienen bien para tener un cuadro completo del asunto. Por una parte lo que nos llevaría a una mejor asociación conceptual constructiva entre las genealogías de ambos campos discursivos. Y por otra parte lo que nos llevaría a una negación de la genealogía general de la cultura por una afirmación que la niega y la supera en complejidad y posibilidades analíticas y constructivas en la comunicación. Los dos movimientos son simultáneos y complementarios, es de esperar que ofrezcan buenos frutos en un futuro cercano.
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Jesús Galindo Cáceres
Doctor en Ciencias Sociales, maestro en Lingüística y licenciado en comunicación. Fundador del doctorado en comunicación de la Universidad Veracruzana (2001). Autor de 23 libros y más de doscientos artículos publicados en trece países de América y Europa. Profesor en Argentina, Brasil, Colombia, Perú, España y México. Miembro de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC) desde 1982. Miembro del Programa de Estudios sobre las Culturas Contemporáneas (Programa Cultura) desde 1985. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (SNI-CONACYT) desde 1987. Coordinador del Grupo de Acción en Cultura de Investigación (GACI) desde 1994. Miembro de la Red Cibercultura y Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación (RECIBER) desde 2003. Promotor de la Red de estudios en teoría de la comunicación (REDECOM) y del Grupo hacia una Comunicología posible (GUCOM) desde 2003. http://www.geocities.com/comunicologia_posible
lunes, 22 de marzo de 2010
La lectura del 24 y 26 de marzo
Aquí les dejó el hipertexto (o link) que los llevará a la lectura de la próxima sesión (miércoles24 para 2 A y viernes 26 para 2 B).
Nos vemos!!!
http://www.cem.itesm.mx/dacs/publicaciones/logos/N/n66/actual/jgalindo.html
Espero su reporte...
Nos vemos!!!
http://www.cem.itesm.mx/dacs/publicaciones/logos/N/n66/actual/jgalindo.html
Espero su reporte...
martes, 9 de febrero de 2010
Pi, el orden del Caos

Aqui una reseña de Pi, cortesía de "La Butaca":
Pi" es elogiable por muchos motivos y el primero de ellos es reconocer la temeridad de su creador a la hora de poner en imágenes un tema, a priori, tan árido como puedan ser las relaciones de un matemático desequilibrado con el medio que le rodea y su progresiva e irremediable obsesión con la teoría de los números. Aronofsky encuentra el contrapunto a lo arriesgado de la trama empleando el medio más cercano al espectador: dando a su obra aspecto de thriller de ciencia ficción.
Así, combinado esquemas narrativos que podríamos calificar de clásicos con secuencias alucinatorias cercanas a la introspección onírica , el resultado es una película cautivadora, cargada de simbolismos y plena de lecturas. El protagonista de "Pi" vive entre dos universos y no se decide por ninguno pues aspira a la contemplación de la verdad en forma de cifras. La Matemática es para él su mundo y desdeña tanto la visión terrenal (su vecindario, los ávidos corredores de bolsa) como la espiritual del asunto (los cabalistas).
"Pi" es una película plagada de imágenes evocadoras y que logra reflejar de forma magistral una existencia enfermiza, obsesiva y autodestructiva plasmada en un contundente blanco y negro y acompañada de una banda sonora que, combinada con las imágenes, funciona como un fármaco sónico. Es cierto que algunos episodios son tratados de forma algo esperpéntica y que no todo el público entra en el juego que propone su director. A algunos "Pi" les parecerá un ejercicio de simpática pedantería, pero por lo que a mí respecta supone profundizar en la búsqueda de explicaciones alternativas a la realidad.
Darren Aronofsky, ayudado por la interpretación de Sean Gullete, consigue aquí un retrato cercano a la representación de la violencia psíquica y que plantea la no por sabida menos interesante teoría de la perdida de conocimiento, la estulticia casi, como método para alcanzar si bien no la perfección sí la felicidad. Por cierto: 3,1415926535... un número tan infinito e irracional como la imaginación del hombre...
Y ahora las preguntas:
1. ¿Cuál es el significado que el autor (Aronofsky) pretende dar en la película?
2. ¿Cómo son utilizados los códigos en la cinta?
3. ¿Qué se interpreta de la escena final?
domingo, 17 de enero de 2010
Bienvenidos sean!
Que tal!
Los saludo y les dejo aquí el programa de la materia, espero sirva esta herramienta como un enlace eficaz.
PROGRAMA ACADEMICO: Licenciatura en Historia
RESPONSABLE: Mtro. José Eduardo Jacobo Bernal
CRÈDITOS: 8
HORAS/SEMANA TEORIA: 5 hrs./semana/mes
HORAS/SEMANA PRACTICA:
PLAN DE ESTUDIOS:
UNIDAD DIDACTICA: TEORIAS DE LA COMUNICACIÓN
SEMESTRE: Segundo
UDI´s ANTERIORES:
UDI´s POSTERIORES:
CLAVE DE LA UDI:
Objetivo General
de la UDI
Proporcionar a los estudiantes los elementos teórico-metodológicos necesarios para una mejor comprensión del proceso comunicativo a partir del cual sean capaces de insertar su discurso en la red conceptual propia de las ciencias históricas; además de mostrar un panorama completo de cómo los medios de comunicación masiva influyen en el imaginario colectivo y modifican la percepción de la realidad en el receptor.
Contenidos
Unidad I.- El concepto de comunicación
1.1. La importancia del lenguaje
1.2. Los códigos
1.3. Sistemas de autorreferencia
Unidad II.- El dicho, el escrito y el hipertexto
2.1. El nacimiento de la letra impresa
2.2. La cultura y los medios “masivos”
2.3. Del papel a la pantalla: la irrupción de la red
2.4. La lectura de los medios
Unidad III.- Los medios de comunicación masiva
3.1. La prensa
3.2. El cine
3.3. La radio
3.4. Televisión
3.5. Internet
3.6. El cómic
Procedimientos
de evaluación
Será medida permanentemente a través de participación en clase y en foros de discusión virtual, además de una exposición grupal en la tercera unidad (30%), con la revisión del diario-portafolio, en el que se incluirán apuntes organizados, mapas conceptuales, glosario y fichas de lectura (20%); además de un trabajo en equipo que retomará algún acontecimiento histórico y revisará la forma en que éste fue abordado por, al menos, tres medios de comunicación masiva, el cual se presentará al final del curso (50%). Para tener derecho a la calificación en período ordinario se requiere cubrir al menos el 80% de las asistencias.
Bibliografía
ECO, Umberto, Tratado de Semiótica General, México, Debolsillo, 2005.
BURKE, Peter, Hablar y callar: funciones sociales del lenguaje, Barcelona, Gedisa, 1996.
SARTORI, Giovanni, Homo Videns, Barcelona, Ed. Montesinos, 1989.
ARONOFSKY, Darren, Pi, el orden del caos, Estados Unidos, Zima, 1998.
McLUHAN, Marshall, La galaxia de Gutenberg : génesis del homo typographicus, México, Paidós, 1997.
RICOEUR, Paul, Tiempo y Narración III, México, Siglo XXI, 1996.
McQUAIL, Denis, Introducción a la teoría de comunicación de masas, España, Paidós, 1983.
WOLF, Mario, La Investigación de la comunicación de masas. Crítica y perspectivas, México, Paidós, 1991.
CHARTIER, Anne-Marie y HÉBRARD, Jean, La lectura de un siglo a otro. Discursos sobre la lectura (1980-200), Barcelona, Gedisa, 2002.
GALINDO, Jesús, Comunicología, comunicación y cultura, Exploración histórica de dos conceptos centrales en el tránsito del siglo XX al siglo XXI, www.razonypalabra.org.mx
PEREIRA Lima, Edvaldo, El periodismo impreso y la teoría general de los sistemas, México, Trillas, 1991.
RIVADENEIRA, Raúl, Periodismo, México, Trillas, 1977.
MORÁN, Próspero, Un acercamiento crítico a la consideración del weblog como género periodístico, www.razonypalabra.org.mx
ARNHEIM, Rudolf, El cine como arte, España, Paidós, 1986.
OUBIÑA, David (coomp.), El pensamiento del cine, Argentina, Paidós.
CAMACHO, Lidia, El radioarte. Un género sin fronteras, México, Trillas, 2007.
MERAYO, Arturo, Para entender la radio, España, Universidad de Salamanca, 1992.
FERRÉS, Joan, Televisión y educación, España, Paidós, 1994.
AGUADED, José Ignacio, Convivir con la televisión. Familia, educación y recepción televisiva, España, Paidós, 1999.
CASTELLS, Manuel, La galaxia Internet, México, Plaza y Janés, 2001.
WOLTON, Dominique, Internet ¿y después?, http://es.geocities.com/dchacobo/internet.PDF
EISNER, Will, El cómic y el arte secuencial, Barcelona, Paidós, 1994.
ECO, Umberto, Apocalípticos e integrados, Barcelona, Tusquets, 1995.
Los saludo y les dejo aquí el programa de la materia, espero sirva esta herramienta como un enlace eficaz.
PROGRAMA ACADEMICO: Licenciatura en Historia
RESPONSABLE: Mtro. José Eduardo Jacobo Bernal
CRÈDITOS: 8
HORAS/SEMANA TEORIA: 5 hrs./semana/mes
HORAS/SEMANA PRACTICA:
PLAN DE ESTUDIOS:
UNIDAD DIDACTICA: TEORIAS DE LA COMUNICACIÓN
SEMESTRE: Segundo
UDI´s ANTERIORES:
UDI´s POSTERIORES:
CLAVE DE LA UDI:
Objetivo General
de la UDI
Proporcionar a los estudiantes los elementos teórico-metodológicos necesarios para una mejor comprensión del proceso comunicativo a partir del cual sean capaces de insertar su discurso en la red conceptual propia de las ciencias históricas; además de mostrar un panorama completo de cómo los medios de comunicación masiva influyen en el imaginario colectivo y modifican la percepción de la realidad en el receptor.
Contenidos
Unidad I.- El concepto de comunicación
1.1. La importancia del lenguaje
1.2. Los códigos
1.3. Sistemas de autorreferencia
Unidad II.- El dicho, el escrito y el hipertexto
2.1. El nacimiento de la letra impresa
2.2. La cultura y los medios “masivos”
2.3. Del papel a la pantalla: la irrupción de la red
2.4. La lectura de los medios
Unidad III.- Los medios de comunicación masiva
3.1. La prensa
3.2. El cine
3.3. La radio
3.4. Televisión
3.5. Internet
3.6. El cómic
Procedimientos
de evaluación
Será medida permanentemente a través de participación en clase y en foros de discusión virtual, además de una exposición grupal en la tercera unidad (30%), con la revisión del diario-portafolio, en el que se incluirán apuntes organizados, mapas conceptuales, glosario y fichas de lectura (20%); además de un trabajo en equipo que retomará algún acontecimiento histórico y revisará la forma en que éste fue abordado por, al menos, tres medios de comunicación masiva, el cual se presentará al final del curso (50%). Para tener derecho a la calificación en período ordinario se requiere cubrir al menos el 80% de las asistencias.
Bibliografía
ECO, Umberto, Tratado de Semiótica General, México, Debolsillo, 2005.
BURKE, Peter, Hablar y callar: funciones sociales del lenguaje, Barcelona, Gedisa, 1996.
SARTORI, Giovanni, Homo Videns, Barcelona, Ed. Montesinos, 1989.
ARONOFSKY, Darren, Pi, el orden del caos, Estados Unidos, Zima, 1998.
McLUHAN, Marshall, La galaxia de Gutenberg : génesis del homo typographicus, México, Paidós, 1997.
RICOEUR, Paul, Tiempo y Narración III, México, Siglo XXI, 1996.
McQUAIL, Denis, Introducción a la teoría de comunicación de masas, España, Paidós, 1983.
WOLF, Mario, La Investigación de la comunicación de masas. Crítica y perspectivas, México, Paidós, 1991.
CHARTIER, Anne-Marie y HÉBRARD, Jean, La lectura de un siglo a otro. Discursos sobre la lectura (1980-200), Barcelona, Gedisa, 2002.
GALINDO, Jesús, Comunicología, comunicación y cultura, Exploración histórica de dos conceptos centrales en el tránsito del siglo XX al siglo XXI, www.razonypalabra.org.mx
PEREIRA Lima, Edvaldo, El periodismo impreso y la teoría general de los sistemas, México, Trillas, 1991.
RIVADENEIRA, Raúl, Periodismo, México, Trillas, 1977.
MORÁN, Próspero, Un acercamiento crítico a la consideración del weblog como género periodístico, www.razonypalabra.org.mx
ARNHEIM, Rudolf, El cine como arte, España, Paidós, 1986.
OUBIÑA, David (coomp.), El pensamiento del cine, Argentina, Paidós.
CAMACHO, Lidia, El radioarte. Un género sin fronteras, México, Trillas, 2007.
MERAYO, Arturo, Para entender la radio, España, Universidad de Salamanca, 1992.
FERRÉS, Joan, Televisión y educación, España, Paidós, 1994.
AGUADED, José Ignacio, Convivir con la televisión. Familia, educación y recepción televisiva, España, Paidós, 1999.
CASTELLS, Manuel, La galaxia Internet, México, Plaza y Janés, 2001.
WOLTON, Dominique, Internet ¿y después?, http://es.geocities.com/dchacobo/internet.PDF
EISNER, Will, El cómic y el arte secuencial, Barcelona, Paidós, 1994.
ECO, Umberto, Apocalípticos e integrados, Barcelona, Tusquets, 1995.
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